El automóvil.
por fernandobenavides
¿A dónde vamos señora?
Que frase tan bonita le decía a la vida cuando la subía a mi carro, ese carro tan bonito y cansado que había usado en aquellos días, ese que a veces estaba con las vestiduras quemadas del cigarro que nunca fumé.
Y ella me decía que a donde sea, que sólo quería sentir el tiempo correr por las llantas de mi automóvil, y yo le decía que sí, que yo también me quería largar de aquí, de este puto pueblo que nunca nos trajo nada, que por eso me iba a ir, que por eso siempre me gustaron las carreteras, porque siempre te llevan a algún lado y a ningún lugar, por eso la subía siempre, a ella, a la vida, a mi carro, siempre en el mismo lugar, en la esquina del hospital donde nací y ella me decía que la llevara a donde sea, que solo quería dormir en la ventanilla golpeando su rostro, pero nunca se dormía, es que se ponía a pensar y lloraba, y yo le ofrecía kleenex, tenga, le decía yo, y ella no me respondía.
Ponía el pie besando al acelerador y corría el tiempo y los kilómetros y nos íbamos los dos, bien callados, todo el tiempo hablábamos en silencio y yo tenia frases que había anotado, pero siempre las perdía, frases que nos hacían tener complicidas sin palabras, por eso no hablábamos mucho, porque siempre nos entendíamos, y yo le decía, tome un kleenex, pero no me decía que sí, tampoco que no y se los dejaba ahí, en el asiento, haciendo de acompañante, le decía que los tomara porque me partía el corazón en dos pedazos verle los lagrimones en su cara.
Y yo le contaba mi vida, pero nunca con palabras, la contaba en silencio y ella me entendía, porque cuando pasaban por mi mente las cosas graciosas veía por el retrovisor y ella reía y cuando pasaba mi mente por la muerte de mi abuela ella lloraba igual que yo, pero nunca le dirigí la palabra, sólo se lo contaba en silencio y ella me decía que sí, que también le dolía y me daba un par de lagrimas que me volvían a romper la mitad del corazón en dos. Y yo le preguntaba que si quería comer, porque a mi me daba hambre y ella me veía, y se limpiaba el rímel de los ojos con un pañuelo que tenia un bordado de dos golondrinas cansadas de tanto volar.
Entonces me detenía y le contaba algo, le contaba algo mientras fumaba el cigarro que nunca prendí, el mismo que un día me mató de cáncer en la vida que nunca viví. Y la veía, a la muy cabrona que estaba conmigo sin saber por qué… y yo sabia que tenia que comprar un poco de engrudo para poder darle vuelta al volante pero no despegarme del camino, y nos íbamos hablando de los días en los que sufríamos pero ahora sólo los contábamos.
Y ya, no se más, se acabó. Y ya, es que no se si es correcto escribir sobre las lagrimas de la vida, de ella que me dijo vamos a contarnos las historias, es que ella me dijo que la subiera porque mi vida no tenia mucho sentido y sí, desde entonces sólo recorro las carreteras con ella, porque desde entonces vamos a todos lados juntos, porque desde entonces siempre le pregunto que cómo esta, que a donde vamos señora, y ella no me responde, porque a veces ríe y a veces no, a veces solo me ve y no me dice nada, sólo me dice que sigamos y entonces… entonces seguimos.