El Elvis gordo, el Elvis decadente.
por fernandobenavides
¡Pues claro! cómo no iba a ser esto un fraude si nos casó Elvis en las Vegas.
Y no por el hecho de que nos casara Elvis, Elvis está bien, finalmente no todos tienen el privilegio de ser bendecidos por las corcheas del rey, el problema fue que de la forma más idiota escogiste que nos casara el Elvis gordo, el Elvis decadente, el que se la pasaba babeando por estar hasta la cocina de cocaína.
Era más caro ese Elvis, nadie lo quería, lo tenían ahí por si algún idiota como tú lo pedía, y yo te dije en el pasillo: -¿pero por qué ese Elvis, si el otro es más guapo?-, y también argumenté junto al juez que el Elvis joven era más divertido. Pero dijiste sonriendo que el Elvis de las vegas no estaba guapo; el rey gordo y casi muerto en el escenario era más real que el del copete envaselinado. Tuvieron que traer a ese otro Elvis, el gordo, el decadente; pero eso sí, que bonito nos cantó la de Love me tender, en ese momento creí que todo iba a estar bien, porque es cierto que la noche de nuestra boda Elvis sudaba por la nariz, estaba gordo y tenia las mejillas rojas rojas, olía a whiskey y por la bolsa trasera de su pantalón asomaba una anforita que demostraba su tierno amor por el alcohol. ¡Cómo no va a ser alcohólico si está gordísimo!, pero qué bonito nos cantó Love me tender. Ahí pensé que por más gordos que estuvieran los problemas iban a solucionarse cantando esa canción, te lo dije saliendo de la capilla de Graceland: -Todos nuestros problemas se resolverán cantando esa canción- te dije pero tú, muy carbón, usaste esa canción para acostarte con la secretaria, bien que escuche al final «Happiness will follow you, Everywhere you go». Primero lo negaste, decías que era mi imaginación mientras movías los brazos al aire como espantado de que te estuviera reclamando la infidelidad, luego dijiste que era el prozac que me estaba tomando desde hacía unos días, que ya me había puesto neurotica, pero después lo aceptaste: -Es que con esa canción uno se mueve muy rico-, eso me dijiste tremendo cabrón.
¡Pero cómo no iba a estar todo mal si nos casó el Elvis gordo, el decadente! yo te dije que prefería el que vestía de negro, tan elegante él, o el de blanco con la bufanda roja que simboliza la pasión que nos demostramos en el hotel que daba a la ciudad del pecado con la luces alumbrando el cinismo de nuestros encuentros.
Pero bien te recuerdo, bien que te hice que pegaras tu pelvis con la mía cuando el juez nos dijo: -Ahora, oficialmente son marido y mujer-, lo dijo en ingles pero sabia que eso era lo que decía porque al final de las bodas siempre se dice eso: «son marido y mujer» y Elvis se acercó y cantó la de «Vivan las Vegas» y ahí se te hicieron los ojos de ruleta y te fuiste a jugar los cien dólares en fichas que nos dieron en la capilla, después hicimos el amor, después bajaste a jugar de nuevo la ruleta y después de nuevo hicimos el amor.
Me gusta recordarte oliendo a Champagne, después, con los años, sólo olías a cerveza, pero ese día olías elegante y me decías elegante: -Quítate las medias de seda- y te reías por tu analogía con el alcohol, y Las vegas nos volvían a ver y a veces, hasta pensaba que se asombraban porque sólo sabíamos beber, jugar y follar. Nunca me ha gustado la palabra follar, pero conjugado con las Vegas suena bonito.
A veces lo recuerdo con la foto que tenemos al lado de Elvis, ese momento en que nos queríamos tanto, ¡claro que nos queríamos! si me llevaste a las Vegas para ver el espectáculo Love de los Beatles, pero al final, nos gastamos el dinero de las entradas en la capilla de Elvis, porque había otra capilla en la que nos casaba un juez disfrazado de alíen, pero en esa había pura gente rara formada, puras personas vestidas de personajes de Star Wars y Star Treck. Por eso nos decidimos por la de Elvis, pero se te ocurrió decir que preferías el Elvis gordo, el Elvis decadente y te dijeron que lo tenían que mandar traer, que estaba en el espectáculo de Celine Dion y que consideraras mejor al Elvis guapo y yo dije que sí, pero habías bebido varias medias de seda y aun no me habías quitado las mías, así que yo acepté y lo mandaron traer y el Elvis gordo, el Elvis decadente, nos casó.
A veces lo recuerdo y pienso que todo pudo haber salido bien, porque tú me amabas y yo te amaba, sólo que nos casó el Elvis gordo, el Elvis decadente. Pero si alguien se casa y quieren quitarse las medias de seda y se aman como yo te amaba y tu me amabas, sólo puedo aconsejarles que escojan al Elvis guapo, porque con eso seguro las cosas duran para siempre, como siempre en las Vegas, como nos dijo la voz del rey: que vivan las Vegas.
Escrito para mi amigo Israel «peez» Perez y Vanessa Mateos.