Blog

He escuchado que respira y suspira en el primer amanecer sin ella,
lo he escuchado y no me pertenecen sus suspiros,
tampoco su tiempo ni sus pensamientos ni sus ilusiones,
tampoco su vida ni sus posibilidades.

Está ahí, en mi cama, casi desnuda porque no quiso estarlo por completo,
está ahí como para despedirse, yo creí que era para continuar con la costumbre de hacer el amor, pero no, está ahí para despedirse, para saberse lejos de mi y de las caricias que no le son suficientes, quizá porque mis caricias son lejanas, por eso está ahí, guardando el momento, envolviendo los segundos que pasamos juntos por última vez para que no le incomoden en el viaje que presiento está por hacer.

Todo acabó cuando me dio la espalda y no su pecho, todo terminó cuando sus besos dejaron de serlo, cuando juntó en protocolaria rutina sus labios con los míos mientras pensaba en alguien más.

El golpe a la vanidad que tranquiliza la carga de saberse no olvidado.

La extrañaré tanto como la extraño ahora que está a mi lado, porque está tan ausente como cuando estaba a miles de kilómetros, a días de distancia, a docenas de suspiros.

La miro y no miro nada.
La miro y solo veo una pálida verdad.

No están sus sombras ni su cuerpo, no están sus sonrisas ni sus intentos,
está su realidad, tan grande que no quepo en ella,
está su desvanecer en el accidente que nos hizo encontrarnos,
está a mi lado y mejor que no estuviera.

Son despedidas, de todas formas y en todos momentos,
la de ella es ahora y es callada,
la de ella es la peor porque no dice nada y su cuerpo lo dice todo,
la de ella es una muerte que sucede despacio,
la de ella es saberle lejos y segura,
sin mi, con un buen futuro por delante, con una sonrisa que la espera,
con la buena de los cariños que no le di,
con la fortuna de saberse amada cuando yo no pude hacerlo.