Temores.

Estoy temeroso de la virtud, todo el tiempo, en los esquivos no logrados del reflejo cotidiano.

Estoy temeroso de la muerte a pedazos, de hacerme el vivo cuando deje de estarlo.

Estoy pensando en los miedos que me causa no olvidarte, quedarme encerrado en los recuerdos y las preguntas eternas del caído frustrado, enojado, cansado de entrañar los dolores cada vez más adentro y sólo despertarlos al alba cuando llegas acompañada del frío y los sueños incomodos.

Me despedazo en intentos, sonrisas acabadas bien ensayadas, me desesperan las casualidades no llegadas, no cumplidas, encerradas en la intención que alguna vez tuviste de quedarte a mi lado, antes de que te murieras en la pretensión, antes que te enterrara en mi vida desaguada y siguieras tu camino, como si nada hubiera pasado ni nos hubiéramos encontrado cada día de incertidumbres compartidas.

La verdad es que desde hace años congelo, amarro y violo mi libertad, la trato de mantener lejos sin resultados condescendientes, lo hago desesperado desde que supe cómo se tentaba con las yemas tu compañía.

Ahora se me van las vidas en tratar de compartirlas, se me van una por una y al final termino pensando en ti, como si eso me fuera bien, como si eso me ayudara para hacer el amor animal de nuevo con las ganas de terminar la vida en el intento o como si me sirviera para regresar el tiempo, justo unos minutos antes de que decidieras ponerle pasado a la muerte juntos, tan bien planeada, tan bien sentida, tan bien vivida.

Estoy temeroso de mis lapsos sin memoria, de no recordar a qué saben tus gritos sordos y quedos y regresar contigo, sugerirte que torzamos el mundo y lo compongamos con las primeras impresiones de nuestras palabras.

Estoy temeroso de ti y temeroso de saber que no hay nada entre nosotros más que el recuerdo de los primeros desnudos.

Estoy temeroso de saberte en los días podridos en los que habitas, sin el permiso de estirar la mano y sacarte de las consecuencias.

Estoy temeroso de morir sin conocer a la que tenga los mismos absurdos temores, que quiera aventarse acompañada a la noche, tan oscura, tan lejana, ruidosa, tan silenciosa, que quiera saber de las sombras de mis manos, la sombra de mis piernas, que escuche la música que suena en mi cabeza cuando duermo, que se espante de lo vivido y muera conmigo.

Estoy temeroso de las tormentas estrepitosas y los amaneceres solitarios, los ojos asombrados. Estoy temeroso de saber que ya no estás. Temeroso de los arboles, tan grandes, que no tienen significado sin despedazar de vez cuando cada intento.