López

por fernandobenavides

Sicilia estaba en la cama, sus grandes pechos eran tapados con una almohada que decía: «Soy el amor de tus siete vidas». Era una amante de los gatos.

López estaba del otro lado de la recamara, viendo la espalda de Sicilia y las sábanas blancas. Le preguntó cuándo había sido la última vez que había hecho el amor, después de pensarlo un poco Sicilia dijo: 19 semanas, luego se quedó callada, recorriendo las mismas semanas a la inversa, vistiéndose y desvistiéndose 19 veces; fue entonces 19 veces mujer y López la vio ahí, recostada entre su pensamiento y los gatos, López con un whisky en la mano y un tabaco en la otra. Ella miraba hacia una esquina, él se mantuvo sin decir nada… qué podía decir en esos momentos, si apenas un mes antes había llegado del campo y ahora estaba allí, con Sicilia, que eran 19 mujeres en una.

López le pidió que le mostrara la espalda con la cascada de piel escurrida hasta las nalgas. Ella era una palabra bonita y López no sabía hablar cosas bellas, no entendía, pero estaba ahí, con aquella hembra que venía del lugar donde el calor no deja de caer.

Le mendigó a Sicilia que se quitara la ropa interior, él no tenía fuerza para hacerlo, no sabía cómo hacerlo y no tenía palabras, no las sabía… pero ahí estába, al fin y al cabo con poca distancia de por medio.

Ella era una casa lejana, grande, la orilla de su sonrisa le convidaba a pasar, pero prefirió mantenerse en el porche, antes de que los huesos se helaran en su interior. -Mejor que me llegue la madrugada en las afueras de sus nalgas y no perdido en ella; pensó.

Poco después le pidió que le mostrara los libros que tenía en casa, ella lo hizo desnuda… de qué otra manera se pueden mostrar los libros si no es desnuda. Sicilia se estiró como una iguana buscando el sol, alcanzó algunas ediciones de Cortazar y Vargas Llosa; Vargas Llosa estaba desnudo, que así es como se escribe; de Cortazar ni preguntó.

Sicilia tenía unos complicados senos, grandes como un diccionario, López era muy pequeño y callado, como cualquiera al que el mundo se le viene encima y no sabe qué hacer al llegar la desdichada adolescencia. Ella era el mundo, él no era nada, la aureola de Sicilia le daba sombra; entonces empezó a refrescar en esa tierra de calor.

Bajo los pechos de Sicilia estaba la muerte, oculta, y comenzó a refrescar.