Reservas

por fernandobenavides

En la tardes,
cuando el sol está
y calienta la cama,
la espalda,
te da en los ojos,
entra a través de los párpados,
y es de día.

Y teniendo mujer no la tienes,
o sin tenerla descansas,
y quieres tener una,
o una distinta,
y ese juego parece nunca acabar;
nos gustaría regresar,
y olvidar regresar.

Están todas las mujeres,
preocupándose para saber qué van a hacer hoy de comer,
y todos los maridos
que las ven pasar y quieren acostarse con ellas como si fuera la primera vez,
algunos ya lo olvidaron y sólo quieren ver el televisor;
otros estamos en la misma calle
preguntándonos cuándo terminará el tiempo de búsqueda,
o si estamos destinados a siempre buscar.

Hay tantas cosas afuera:
están los caballos
y la suerte,
están las peleas
y la cerveza para ver golpearse unos a otros,
también están esas largas caminatas
que recordarás cuando pase el tiempo,
y tengas otro trabajo,
otra cama y otro sol,
y recordarás éste,
y pensarás que éste era mejor,
aunque ahora no lo creas así.

Las cosas no se mantienen iguales,
en algún momento cambiarán,
y llegaremos a estar más arriba,
después de estar más abajo.

Nos habremos de meter en más lugares,
y hablaremos con más personas tontas,
y descubriremos que no estamos a la altura de la pelirroja,
o la rubia aquella que no articula palabra;
que estamos lejos de los edificios
y más cercanos a los abandonos.

También habremos de estar buscando algunas cosas que dejamos en el camino,
buscando las notas que creímos importantes,
las tantas fotografías que rompimos,
las palabras que olvidamos,
las señales que ignoramos,
y todas aquellas fiestas que nos perdimos;
algún día habremos de pensar que son muchas
las cosas que dejamos
y poco lo que recogimos;
pero ni modo de cargar con todo,
ni modo de salvarnos a nosotros mismos.

Algún día seremos más viejos,
porque ahora ya no somos jóvenes,
ya no corremos como antes,
ni llegamos despiertos a la madrugada,
ni hicimos todas esas tonterías que creímos haríamos;
ya no estuvimos con dos mujeres,
o con tres,
con dos cervezas en las manos,
o tres;
ya no somos prodigios,
ni nos enamoramos jóvenes;
ya no llegamos a la meta cuando teníamos planeado,
y tampoco hemos abandonado la idea,
nuestro corazón no prende como pólvora,
ni se han acabado las reservas de tristeza.

En las tardes,
cuando llega el sol a nuestra espalda,
y lo sentimos para recordarlo más tarde,
cuando estemos alejados de todo
y más cerca de nuestro final.