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Los escritos de Fernando Benavides

Caen

Los hombres caen
de los altos edificios donde trabajan,
las mujeres caen
el día después de su boda;
todos en la noche caemos,
nos estrellamos acabados,
con un vago recuerdo de lo que fue el día,
hace unas horas,
hace poco tiempo.

Vamos al cine,
y nos apiadamos de nosotros mismos,
creemos ser lo que vemos,
pero tenemos tan pocos momentos que nos pertenecen,
tan pocos,
tan contados,
tan sedientos.

Las horas caen,
una a cada lado de la cama;
caen los sonidos,
hasta dejar desamparado al camión,
al avión,
al perro desesperado,
a la pareja peleando,
a las ratas despertando,
al ruido de la pluma,
y las teclas andar.

Recuerdas a todos en la reunión de anoche,
las risas que eran hermosas,
las sonrisas que insinuaban,
mientras tocábamos la oscuridad,
como si la conociéramos,
como si pudiéramos decidir.

Y ahora aquí estamos,
mientras las muelas del tren
hacen ruidos espantosos,
mientras los hombres
y las mujeres,
caen alrededor nuestro.
Y nos orillamos
los enterramos,
dándoles un decente funeral.

Diminutas vacaciones

Hay días que los tomo como diminutas vacaciones,
entre una semana laboral,
uno o dos.

Entonces dejo de hacer lo que usualmente hago,
leo otras cosas más fáciles de leer,
o distintas,
y me acuesto en la cama hasta que se hacen nudos en mi espalda,
entonces empiezo a leer de nuevo las cosas fáciles,
o distintas;
pero luego comienzo a pensar en lo que estaba escribiendo
y llega el remordimiento,
cuando me levanto ya estoy pensando en Saramago,
en Hemingway o en Bukowski,
intento olvidarlos pero ahí están,
siempre al lado mío
exigiendo que escriba
para no descepcionarlos.

Entonces pongo un cuaderno a mi lado
para que en la noches,
como suele ocurrir,
despierte pensando en algo y me ponga a escribir,
la mayor parte de las veces poesía,
que es sangre continua;
en el día me enfrento con la novela
y a veces,
como ahora,
escribo confesiones.

Pequeños cuartos

Mi vida se ha formado en pequeños cuartos;
las cosas importantes,
los cuadriláteros donde he peleado,
solo,
sin testigos,
han sido pequeños cuartos,
con sarapes de grandes cuadros
de color café, azules, o verdes,
que me han quitado el frio de la madrugada
y levantan mis pies del piso.

Algunas veces han sido cuartos
donde la base de la cama es de concreto,
otras de metal,
y algunas veces no ha habido mas que un colchón.

Escribo por la noche;
me despierta el frío en la espalda
como si me levantara un dios vagabundo,
que no tiene dónde dormir,
y quiere compañía.
Dios siempre está abandonado.

Pienso en toda la gente que se levanta a esa hora,
alistándose para el trabajo,
despertando a sus hijos para la escuela,
y en cómo esos niños odiarán esa hora,
por una mala causa.

Siempre,
en esos pequeños cuartos,
he estado solo,
he escrito libros enteros
dentro de esas paredes,
sobre una pequeña mesa de madera
y una silla arañando el piso
de azulejo barato.

Ninguna mujer se hubiera atrevido a entrar a esos cuartos,
ni yo las hubiera invitado.
Otras veces no han estado mal los lugares,
incluso hasta podría extrañarlos,
y recordarlos con tranquilidad.

Desde ahí escucho el ruido de los camiones a la distancia,
y a los perros ladrar,
a veces en los cuartos de al lado
se escuchan los suspiros
de una mujer embestida en placer;
otras se escucha el rugir de la bomba de agua,
y otras más sólo está
el ruido de las teclas de la maquina de escribir,
desesperado,
negociando que no se vaya la madrugada.

A veces hay cucarachas,
las cuales odio,
pero constantemente están
en todos los lugares,
de cualquier clase,
puedes nombrarlas;
todas las he visto,
mientras agonizan,
y hago lo mismo
en esos pequeños cuartos.
Una especie y la otra no tienen diferencia
cuando los dos mueren a su manera,
luchando por la vida
sin que alguno lo consiga.
Morimos todos los días.

En esos pequeños cuartos,
donde se pelea por decir algo,
donde pocas veces se consigue,
donde siempre se intenta,
es donde recuerdo
que he pasado buena parte de mi vida.