La soledad, el solitario, el cansancio, la virtud

por fernandobenavides

Y ahí estábamos,
con toda la arrogancia de nuestro pequeño mundo,
con las ganas de ser y no ser,
con los cuerpos separados,
aún sin verter el whisky,
ni oler a tabaco.

Con las palabras por delante,
con la vida que podríamos contarnos,
quizá,
o dejar todo tranquilo
con el camino por recorrer,
de nuevo,
solos.

Tan cerca,
que todo parecía tener calma;
y asustaba.

Las manos tensas de no tocar,
la ciudad cayendo a pedazos
sin que nos importara,
o nos importara un carajo.

Pequeñas, pequeñísimas noches,
con brutales sentires,
momentos que olvidaríamos,
o guardaríamos en el pantalon
de nuestro funeral.

Estaba todo:
la soledad,
el solitario,
el cansancio,
la virtud,
las mañanas lluviosas y contadas,
las historias tormentosas que traíamos a rastras
y que necesitábamos para encontrar cierto sentido nuestra vida;
cierto triunfo de haber sobrevivido.

Estaba todo eso,
y la noche,
que era particularmente quieta,
antes de decidir
lo que queríamos hacer.

Eran las miradas de las criaturas fieles
las que nos acompañaban,
y lo harían
aunque nos desmoronáramos en fortaleza,
y nos moviéramos de lugar,
una vez más.