Un marinero viejo
Hace poco me instalé en el camarote de los 40,
soy un marinero viejo encerrado en su cuarto,
sin querer estar en la popa,
sin energía para la proa,
con el secreto de las aguas en la memoria,
y la piel curtida de sal.
Decidí dejar la borda al momento en que tuve golpes al costado
y sangré sin parar y sin sanar;
ahora me tienen aquí
porque sé escuchar la mar,
y nada más.
No soy apetecible a los peces,
y el fondo es demasiado oscuro para sobrevivir;
pero yo he regresado de ahí
en los días de la tormenta de las 23 noches
y las 23 despedidas.
Ahora incluso he perdido el gusto por el ron,
como por los bosques,
y la caricia de la muerte morena.
He visto todo,
he sobrevivido a las peleas de los marinos,
un barco contra otro,
completa tripulación embrutecida de sangre y coraje,
prostitutas viendo a lo lejos
con los labios pintados de rojo
sonriendo al ganador y consolando al perdedor.
Ahora aquí estoy,
sin amar ni extrañar,
sin poder besar
a causa de una herida de navaja en el labio
y un recuerdo enterrado.
Soy un marinero viejo que logró escapar
de las aguas de las mujeres,
y estoy en una mesa bailante de madera
escribiendo para pasar el tiempo;
esperando a que llegue el contramaestre
gritando que se hunde la embarcación,
y la nave está haciendo agua.
Me quedaré aquí
recordando cuando estuve en la isla de los placeres,
en las piernas de la tentación,
en la penumbra de los gemidos,
tras la cascada de la entrega
y la risa de las sirenas.
Escucho la madera crujir,
pero el barco se mantendrá una vida más,
y yo estaré en el mismo lugar,
listo cuando el relámpago llegue,
y lo tome en mis manos y lo bese
y pueda encontrar sentido al fin.