Brasas y Marea

Hemos dejado de ser atractivos
de la forma
que éramos.

La marea ha pasado sobre nosotros;
aunque nos pese aceptarlo
o no lo hayamos notado.

Hemos dejado atrás
los años de la fuerza,
y nos mantenemos mirando
constantemente
los atardeceres.

En los brazos ya no hay fuerza
ni el corazón corre desbocado,
pero tampoco duele la sangre
sin sentido
como solía hacerlo ayer.

No
nos miran
igual.

Creo que ahora
–al voltear–
vemos mejores personas,
y el amor
se ha vuelto un roble
y no la miel
que envenena y quema.

No quiero llegar antes
quizá porque no puedo;
ya no llegué primero,
o quizá sí
y no lo sé.

Pero hay una brasa caliente
que le ha pasado la lluvia
y ha escuchado la tormenta,
y sigue encendida
sin intensión de apagarse;

Hay una brasa,
que se niega
constantemente
a morir.

Así que tengo las tardes,
la marea sobre los hombros
y la brasa en las manos;
y la guardo en el pecho
y me baño en la tarde
y huelo la marea.

Ya no somos aquellos
que quemaron el mundo,
sino los hombres
con los brazos marcados
por el mundo derrumbado.

Ya no somos
la piel
ni somos atractivos;
somos
ahora
lo que queda de la belleza,
y somos eternos.