Blog

Los escritos de Fernando Benavides

Categoría: Desesperación

Deseos

La mala costumbre de recaer
se me monta en la espalda
y araña el alma,
o lo que queda de ella,
y el corazón se me marchita,
o lo que queda de él.

En el camino que siempre tomo y no termina,
en el que me acompañé de una brasa que aun no se apaga,
y que me dice que es la luz
que solo se ve en la oscuridad

Regreso a ese terrabal cuando todo está bien,
el que me dio esperanzas cuando todo estaba mal
y tengo que probar
un poco
la desesperanza
que ya no tengo,
y necesito revivir
de tanto en tanto.

Ya no bebo
porque ya no amo.
Ya no estoy a tientas
en el sol.

Pero la oscuridad se cierne
aunque sea en mi sombra,
y ahi me amparo
para recordar de donde vengo
y de lo que escapé.

Por eso cada tanto me hierve la sangre
con el tiento del infierno
y tengo que entregarme
a los deseos de abismo
que me abraza;

y me escapo
antes de caer de nuevo
profundo.

Huyo de ese dulce dolor,
porque prefiero el calor de la abundancia
al frío de la búsqueda;

tantos años
sin hallar.

Soy eso que no encontré
cuando seguí
el primer rayo del amanecer
y ahora
llevo la noche
en mi sombra.

Insectos

Hubo un momento en mi juventud
en el que decidí irme de todo lo que conocía
y alejarme de la gente que me amaba.

Me fui camino arriba,
y camino abajo
de la vida que empezaba.

Tomé rumbo al fin del país
y conocí el Atlántico,
el Golfo,
y por primera vez sentí temor por no saber dónde dormiría,
y los insectos se arrastraban por las calles,
algunos se escapaban, corriendo por los resquicios
cuando prendías la luz.

Me fui de un lugar a otro
con mi nuevo miedo,
el miedo de no tener qué comer,
ni dónde dormir.

Me llevé ese nuevo sentimiento,
y no le hablaba demasiado,
lo dejaba morir de hambre
mientras yo pasaba hambre,
pero ni él
ni yo
morimos.

Un día decidí regresar a lo que había dejado atrás,
a los amigos que me extrañaron
y me habían olvidado;
antes de irme miré por la ventana del cuarto donde me quedaba
y nevaba;
había pequeños dragones negros en los faroles de la calle,
con sus hombros cubiertos de nieve.

Yo solamente sentía frío,
y los grillos morían de frío también;
ya no cantaban tonadas de desesperación;
solo yacían
porque no lo habían logrado
y yo tampoco.

Entonces caminé,
abandoné mis cosas en aquel cuarto
cómo había abandonado antes todo
y tomé un tren frío
que me llevó de nuevo a casa,
pero en realidad me estaba alejando
y me sigue llevando lejos;
pero ya no sé a dónde me dirijo;
sólo sigo con aquel miedo
que me hace levantar en la noche;
y los grillos
siguen sin cantar;
ellos y yo morimos todos los días
en el frío
a los pies de aquel tren,
que al arrancar hace el suficiente ruido
para cubrir el susurro del miedo
pero no el suficiente…
nunca el suficiente.

Dioses en mi jardín

Ahí están,
unos cuantos dioses fastidiados,
que de vez en cuando salen del lugar donde viven todos los dioses;
con su perfección
y su poder
y sus ganas de destruir y reír.

Ahí están,
un par de dioses fuera del palacio
buscando y cansándose de no hacer nada
cansados de no amar
y de no morir.

Caminan por un lado,
por otro,
y siempre se detienen
a la ventana de mi casa
y me miran en la madrugada;
gigantes sentados en el jardín,
preguntándose,
riéndose
y teniendo lástima de todo,
menos de mi jardín.

Yo estoy con la pequeña luz de la lámpara,
solo,
habitando el abandono,
y ellos dejan de reír
y se interesan,
pero no me dicen nada, no me empujan un poco más;
me dejan en el estrado
sin mi sentencia de muerte
como si fuera eterno;
sólo miran por mi ventana.

Así han sido todos los años,
desde hace muchos años

cuando voy de un lugar a otro
con mi pequeña luz,
y los dioses morbosos me encuentran cuando vuelven a buscar.
Y no pueden hacer nada al respecto.
No pueden hacer nada,
solo miran esperando el momento
en que salga con ellos
y me siente,
pero eso no ocurrirá
porque ellos son dioses
y yo pretendo ir más allá
en la soledad de mi pequeña lámpara,
y ellos sabrán entonces
que han estado viendo
al hombre correcto,
negligente en la inmensidad de un camino;
ellos son sólo dioses en mi jardín
y no pueden hacer nada al respecto.

Prohibiciones

Los recuerdos se suben a mis hombros
y no puedo hacer nada al respecto;
todo lo que hice y lo que no logré,
todo lo que no amé,
ahora llega
estrellándose en las rocas de mis noches.

En ocasiones me abandona la virtud
y me encuentro más solo que nunca;
yo que me acompaño de oscuridad
y vivo de lo muerto.

La desesperación ya no me grita fuerte
y los viajes se han terminado,
el mundo se acaba en mi puño
y la lluvia se destierra del desierto.

Ahora las noches no tienen sonido de mar
ni llegan los gritos de mujeres trepando por la pared.

Aunque
de pronto
los sonidos de los que he escapado
vuelven a aparecer en el abismo del silencio:
golpes de puertas que cierran
y susurros que no se alejan.

La tranquilidad es un estado que no se me permite
y quizá
el amar
tampoco.

Infiel

Soy una persona completamente desleal,
infiel hasta la repugnancia;
un sólo plan se escapa de mis manos
como si de agua salada se tratara.

Comienzo a pensar en el mar
cuando aún voy cruzando el desierto;
extraño la tristeza
cuando estoy lleno de felicidad.

Los caminos que tanto trabajo tomaron
los espero de vuelta cuando he llegado al final,
no hay luz que pueda
cubrir toda la oscuridad.

Soy infiel a cualquier arte,
desleal a todos los tratos;
y tengo en la sangre la muerte
con sus ríos de intranquilidad.

A lo mejor es porque el tiempo
nos jugará mal
en cualquier momento,
desleal como nosotros.

Pero eso no explica
mi repentina necesidad
de ir a un lugar
antes del amanecer;
ni extrañar el frío
o la soledad.

Soy desleal al camino
y a la bendición
del susurro.
Soy infiel
a todo lo que me acerque
al final.

Pero
qué se podía esperar de una persona
que aspira a todo
menos a la tranquilidad.

Desde hace tiempo

Desde hace tiempo
me doy cuenta
que al tiempo
se le acaba el tiempo.

Cada vez más
las cosas
se van cuarteando
en sus propios cimientos.

No hay nuevas pinturas
ni pintores
que quieran hacerlas
o sepan cómo;
es como
si todo
hubiera dejado de tener sentido
o si todo
hubiera acabado.

Hace tiempo
no tenemos tiempo
para mirar la noche;
como si le temiéramos al sonido de la oscuridad,
y nos empeñáramos
en alejarlo con aquelarre vulgares.

El mundo
ya no es hermoso
a nuestros ojos
y acabamos
con él.

Hace tiempo
no hay
miras
de una muerte hermosa
que valga la pena
recordar.

Hace tiempo
el silencio
se ha acabado,
y cada vez
es más difícil encontrarlo
en el poco tiempo
que nos queda.

La muerte de la paloma

Hoy murió la paloma que habíamos rescatado;
lo intentó con toda su fuerza,
lo intentamos con toda nuestra esperanza;
pero murió.

La habíamos encontrado
a mitad de la calle,
con las garras llenas de pegamento
y un golpe en la cabeza.

La llevé a casa
para que sus últimos minutos
no los pasara viendo la cercanía de los automóviles
ni el calor del pavimento la calcinara;
lo único que quería,
era darle un último buen recuerdo.

Pero estando en casa
parecía que lo iba a lograr,
fue mejorando
y dio señales de lucha;
luchaba como cuando retas al destino
y comienzas a ganarle la partida.

Un día después,
al regresar del trabajo,
en medio de una tormenta
encontramos a la paloma muerta,
con un poco de la calma buscada
y la vida agotada.

Tal vez no debí interrumpir a la muerte.

Nos quedamos viéndola,
sin entender en qué habíamos fallado
o por dónde se nos había colado la muerte
entre cuidados y alimento licuado.

Hoy murió la paloma que habíamos rescatado;
solo espero
que sus últimos minutos
hayan sido de tranquilidad
y trinos de reconciliación.

Ausente

En ocasiones
la fuerza abandona mis manos
y el fuego que había alimentado
es solo una brasa
poco roja
casi fría
casi blanca.

Los bosques tras de mi
siguen estando ahí
pero cada vez menos
me llama la oscuridad.

Como si ya hubiera visto
todos los caballos perdidos
y las serpientes
yacieran muertas
heladas bajo la tierra.

Los muertos están conmigo
sin hablar
sin quejarse
sin adorar.

Tengo los caminos tan lejanos
que he logrado perderme
sin moverme
sin asustarme.

Escucho
el ruido alejado
del mar tras las montañas
y el abandono toca mi hombro
comprendiendo
la quietud de todo
y la ausencia de la vida.

Acto suicida

No recuerdo un sólo día,
en el que el mundo
no me haya dado miedo
y me haya lanzado a él
en acto suicida.

La felicidad siempre me pareció
un acto extraño,
lejano,
yo tan indigno de ella.

Las grandes hazañas
y los grandes hombres
parecieron morir en cuanto yo llegaba
y los buenos tiempos
nunca fueron míos.

Encontré paz en la huida,
en los caminos
y en la noche que se come la carretera;
pero siempre busqué
el silencio.

Las mujeres que tuve
y los amores que logré
se fueron rapidamente,
y los logros aparecieron,
sólo cuando habían terminado.

El fuego que encontré
entre la entraña y la espalda
sirvió para alumbrar
el camino que me alejaba de la ciudad,
para llegar al final del camino
y regresar.

No recuerdo un sólo día,
en el que el mundo
no me haya dado miedo
y me haya lanzado a él
en acto suicida.

Elefantes

Escucho en las noches,
el ruido sordo
de los elefantes.

Escucho en las noches
la vida que me queda,
sin prisa y sin mañana.

Escucho en las noches
los ruidos que nadie quiere escuchar
y me inquietan.

Escucho también
la paz que ya no me encuentra
y cómo se aleja.

Es posible
que ya no pueda dormir
como tampoco puedo soñar.

Me he alejado tanto de todo
que es difícil regresar
o encontrar de nuevo la tranquilidad.

Ya no escucho sonrisas
bajo la lluvia
ni bajo el llanto.

Y no tengo placer
en buscar la perdición
como antes lo tenía.

Se ha ido todo,
poco a poco,
hasta dejarme solamente
con el ruido sordo
de los elefantes.