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Los escritos de Fernando Benavides

Categoría: pensamiento

Deseos

La mala costumbre de recaer
se me monta en la espalda
y araña el alma,
o lo que queda de ella,
y el corazón se me marchita,
o lo que queda de él.

En el camino que siempre tomo y no termina,
en el que me acompañé de una brasa que aun no se apaga,
y que me dice que es la luz
que solo se ve en la oscuridad

Regreso a ese terrabal cuando todo está bien,
el que me dio esperanzas cuando todo estaba mal
y tengo que probar
un poco
la desesperanza
que ya no tengo,
y necesito revivir
de tanto en tanto.

Ya no bebo
porque ya no amo.
Ya no estoy a tientas
en el sol.

Pero la oscuridad se cierne
aunque sea en mi sombra,
y ahi me amparo
para recordar de donde vengo
y de lo que escapé.

Por eso cada tanto me hierve la sangre
con el tiento del infierno
y tengo que entregarme
a los deseos de abismo
que me abraza;

y me escapo
antes de caer de nuevo
profundo.

Huyo de ese dulce dolor,
porque prefiero el calor de la abundancia
al frío de la búsqueda;

tantos años
sin hallar.

Soy eso que no encontré
cuando seguí
el primer rayo del amanecer
y ahora
llevo la noche
en mi sombra.

Aires fríos de nuevo año

El 2020 tiene apenas unas horas de iniciado;
y yo un par de días con 41 años.

La luz, el sonido y la sensación de un lugar lejos de casa
llega como presente de año nuevo.

Lo primero que escribí
(digamos como obra original)
fue a mis 6 años:
una plegaria a Dios para que el mundo se mantuviera en su lugar
y no colapsasen las paredes.
Es decir que al primero que le escribí fue a Dios y lo que siguió fue al Diablo.

Desde entonces me mantuve con esa actividad,
(aunque de manera insistente desde los 13 años)
quedándose esos trabajos en hojas de resguardo;
después dejé de hacerlo de esa forma poseída con la que los adolescentes hacen todo lo que está en sus manos.
Tuve la intención de escribir un libro de fantasía que se quedó en las primeras páginas
y relajé la disciplina sin abandonarla.

Comencé a escribir algunos guiones, no muchos,
y alguna que otra necesidad de poesía, supongo que mala.

Y así es como llegué a la época en la que di a conocer lo que escribía,
más por necesidad que por placer (una escritora no entregó su trabajo y entré al quite)
y desde entonces mis secretos han sido públicos;
de eso hace 10 años justamente,
lo cual significa que este 2020 cumplo 10 años de escribir públicamente y 35 de hacerlo en privado.

Ahora me siento y lo hago de nuevo;
últimamente se ha alejado de mi esa hermosa ola de inspiración de escribir sobre desgracias, mujeres y alcohol que tanto disfruté,
ese camino que tanta satisfacción me dio se ha vuelto en alguna forma resplandeciente,
y no encuentro recovecos de oscuridad para escribir sobre los abismos
(o al menos de manera constante),
y aunque extraño los rompimientos del alma, también tengo necesidad de encontrar cierto aire nunca respirado,
un aire frío que corte la cara
y congele los pulmones al respirar;
es como si necesitara un color blanco que queme
tanto como aquella oscuridad que me calentaba.

Por eso escribo esto,
alejado del estilo que usé por años;
un campo de letras formadas amorfas
que en algún momento encontrará su desfile.

No hay metáforas universales aquí (lo siento por ustedes, mi compañía),
no hay recuerdos de carreteras
o de sentimientos de whisky acompañados de soledad,
pero era necesario escribir así;
como confesión de una mañana
tan primera del año
como fría de enero,
y saber que lo siguiente será escribir algo que busca desde ahora su titulo de propiedad en forma,
alejado del consuelo del estilo que tanto seguí.

No sé a dónde lleva el camino,
sólo sé que no puedo seguir con la forma anterior;
y eso da tremendo pavor;
pero tampoco uno puede mantenerse por siempre
a la orilla de la muerte
sin morir del todo
y aspirar a respirar de nuevo.

Inundaciones

Este cambio continuo me ha inundado de soledad.
Esta necedad de hacer me ha convertido en un aliento en la oscuridad
La curiosidad de saber qué hay me ha llevado a donde no hay interés por llegar.

Cada tanto veo atrás y me gustaría regresar,
como si hubiera abandonado lo mejor de mi vida
y me da miedo reconocer que es cierto.

Me he perdido el crecimiento de los árboles,
la constancia de la hiedra
y las tormentas que bañan la felicidad.

Soy un pigmeo a los pies de la eternidad
sin poderse levantar,
sin lograr entender lo que hay sobre su cabeza.

Los años terminan
y me voy antes del final,
pero el final nunca cumple su amenaza.

No encuentro la dicha constante
ni el amor
ni la amistad
ni el descanso;
y la vida me rodea
y me abraza cálida,
desesperadamente
para aceptarla,
pero no lo entiendo
y regreso a buscar
donde los caminos se desdibujan.

En ocasiones me doy cuenta que tenía todo
y todo ha quedado atrás;
los abrazos y los besos me añoran
pero no puedo hacer otra cosa
que ahogarme en soledad,
y en ocasiones salir un momento
para tomar un poco de aire
y meterme de nuevo en la ausencia;
allá donde nadie ha llegado
ni hay interés por llegar.

Dioses en mi jardín

Ahí están,
unos cuantos dioses fastidiados,
que de vez en cuando salen del lugar donde viven todos los dioses;
con su perfección
y su poder
y sus ganas de destruir y reír.

Ahí están,
un par de dioses fuera del palacio
buscando y cansándose de no hacer nada
cansados de no amar
y de no morir.

Caminan por un lado,
por otro,
y siempre se detienen
a la ventana de mi casa
y me miran en la madrugada;
gigantes sentados en el jardín,
preguntándose,
riéndose
y teniendo lástima de todo,
menos de mi jardín.

Yo estoy con la pequeña luz de la lámpara,
solo,
habitando el abandono,
y ellos dejan de reír
y se interesan,
pero no me dicen nada, no me empujan un poco más;
me dejan en el estrado
sin mi sentencia de muerte
como si fuera eterno;
sólo miran por mi ventana.

Así han sido todos los años,
desde hace muchos años

cuando voy de un lugar a otro
con mi pequeña luz,
y los dioses morbosos me encuentran cuando vuelven a buscar.
Y no pueden hacer nada al respecto.
No pueden hacer nada,
solo miran esperando el momento
en que salga con ellos
y me siente,
pero eso no ocurrirá
porque ellos son dioses
y yo pretendo ir más allá
en la soledad de mi pequeña lámpara,
y ellos sabrán entonces
que han estado viendo
al hombre correcto,
negligente en la inmensidad de un camino;
ellos son sólo dioses en mi jardín
y no pueden hacer nada al respecto.

La muerte de la paloma

Hoy murió la paloma que habíamos rescatado;
lo intentó con toda su fuerza,
lo intentamos con toda nuestra esperanza;
pero murió.

La habíamos encontrado
a mitad de la calle,
con las garras llenas de pegamento
y un golpe en la cabeza.

La llevé a casa
para que sus últimos minutos
no los pasara viendo la cercanía de los automóviles
ni el calor del pavimento la calcinara;
lo único que quería,
era darle un último buen recuerdo.

Pero estando en casa
parecía que lo iba a lograr,
fue mejorando
y dio señales de lucha;
luchaba como cuando retas al destino
y comienzas a ganarle la partida.

Un día después,
al regresar del trabajo,
en medio de una tormenta
encontramos a la paloma muerta,
con un poco de la calma buscada
y la vida agotada.

Tal vez no debí interrumpir a la muerte.

Nos quedamos viéndola,
sin entender en qué habíamos fallado
o por dónde se nos había colado la muerte
entre cuidados y alimento licuado.

Hoy murió la paloma que habíamos rescatado;
solo espero
que sus últimos minutos
hayan sido de tranquilidad
y trinos de reconciliación.

Tengo una vida sobre mi vida

Tengo una vida sobre mi vida
que me impide morir
y a la vez
me impide descansar.

Tengo una vida sobre mi vida
que me niega el silencio
y me acerca a la locura
cada noche que tiene oportunidad.

Tengo alguien,
sobre mi
que no soy yo
y no me quiere dejar.

Cada vez menos,
y cada vez más;
me invade cuando duermo
y no me deja continuar,
como si me susurrara algunas cosas
y me gritara otras.

Tengo a alguien
sobre lo que hago
que me aleja de todo
a lo que quiero llegar.

Tengo esa insistencia
al lado de mi,
entre la almohada
y el abismo,
y me empuja
cada momento
a la oscuridad.

Tengo una vida sobre mi vida
que no es la mía
y me hace levantar,
como si no le importara mi descanso
y tuviera prisa
por hacerme hablar.

Tengo una vida sobre la mía
que me impide morir
y a la vez
me impide descansar.

Acto suicida

No recuerdo un sólo día,
en el que el mundo
no me haya dado miedo
y me haya lanzado a él
en acto suicida.

La felicidad siempre me pareció
un acto extraño,
lejano,
yo tan indigno de ella.

Las grandes hazañas
y los grandes hombres
parecieron morir en cuanto yo llegaba
y los buenos tiempos
nunca fueron míos.

Encontré paz en la huida,
en los caminos
y en la noche que se come la carretera;
pero siempre busqué
el silencio.

Las mujeres que tuve
y los amores que logré
se fueron rapidamente,
y los logros aparecieron,
sólo cuando habían terminado.

El fuego que encontré
entre la entraña y la espalda
sirvió para alumbrar
el camino que me alejaba de la ciudad,
para llegar al final del camino
y regresar.

No recuerdo un sólo día,
en el que el mundo
no me haya dado miedo
y me haya lanzado a él
en acto suicida.

Elefantes

Escucho en las noches,
el ruido sordo
de los elefantes.

Escucho en las noches
la vida que me queda,
sin prisa y sin mañana.

Escucho en las noches
los ruidos que nadie quiere escuchar
y me inquietan.

Escucho también
la paz que ya no me encuentra
y cómo se aleja.

Es posible
que ya no pueda dormir
como tampoco puedo soñar.

Me he alejado tanto de todo
que es difícil regresar
o encontrar de nuevo la tranquilidad.

Ya no escucho sonrisas
bajo la lluvia
ni bajo el llanto.

Y no tengo placer
en buscar la perdición
como antes lo tenía.

Se ha ido todo,
poco a poco,
hasta dejarme solamente
con el ruido sordo
de los elefantes.

Desierto

Las paredes gotean vacío
y muy a mi pesar
no ocurrre nada alrededor,
y el mundo no se rinde ante la sinceridad.

Las cosas no ocurren
ni de una forma
u otra,
y los años se acumulan
pesados y nublados.

Cargo sobre la espalda
los dias no logrados,
los abandonos,
los sueños podridos,
las palabras encadenadas.

El miedo despierta conmigo,
el sueño a veces regresa,
los muertos dejan de hablar
y las montañas de mi sangre
se desmoronan donde no deben caer.

Entre más seguro estoy
del lugar al que debo seguir
más perdido me encuentro.

ahora soy
todos los dias que no me levanté,
y gasto mis palabras
en sobrevivir;
alejado de la inmortalidad
y los oidos de Dios.

En realidad somos
lo que no planeamos,
y estamos
donde nunca quisimos estar.

Quizá más adelante
haya sentido
a la desesperación
y a todas las preguntas.

O quizá
sólo se acaben los días
como un río
que finalmente se encuentra con el desierto.

Los escritores de hoy no tienen talento

No me dejen ir al mundo de los escritores,
ese mundo no vale
como no vale ningún escritor que viva ahí;
todos son intentos de fama
y se han agotado en su vanidad.

No me dejen ir a
sentarme con ellos
y aceptar sus elogios;
sus elogios son la tumba
y no quiero estar muerto
como ellos.

Se hablan entre ellos
se abrazan
se besan
se huelen
se palmean;
están muertos.

Esos escritores
de escaparate
no valen
lo que ellos creen.

No me dejen ir ahí,
a sentar en su letrina sobre el escenario
para decir qué tan buenos son
qué tan fabulosos;
qué tan perdidos.

Déjenme escribir aquí abajo,
al lado de ustedes
sintiendo como ustedes
sin pretender algo mas
que entendernos.

No me dejen ir al mundo de los escritores
porque en ese momento
sabré que he hecho todo mal
y no habrá retorno.
Ellos no tienen retorno
y nunca tuvieron talento.