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Los escritos de Fernando Benavides

Categoría: poema

Brasas y Marea

Hemos dejado de ser atractivos
de la forma
que éramos.

La marea ha pasado sobre nosotros;
aunque nos pese aceptarlo
o no lo hayamos notado.

Hemos dejado atrás
los años de la fuerza,
y nos mantenemos mirando
constantemente
los atardeceres.

En los brazos ya no hay fuerza
ni el corazón corre desbocado,
pero tampoco duele la sangre
sin sentido
como solía hacerlo ayer.

No
nos miran
igual.

Creo que ahora
–al voltear–
vemos mejores personas,
y el amor
se ha vuelto un roble
y no la miel
que envenena y quema.

No quiero llegar antes
quizá porque no puedo;
ya no llegué primero,
o quizá sí
y no lo sé.

Pero hay una brasa caliente
que le ha pasado la lluvia
y ha escuchado la tormenta,
y sigue encendida
sin intensión de apagarse;

Hay una brasa,
que se niega
constantemente
a morir.

Así que tengo las tardes,
la marea sobre los hombros
y la brasa en las manos;
y la guardo en el pecho
y me baño en la tarde
y huelo la marea.

Ya no somos aquellos
que quemaron el mundo,
sino los hombres
con los brazos marcados
por el mundo derrumbado.

Ya no somos
la piel
ni somos atractivos;
somos
ahora
lo que queda de la belleza,
y somos eternos.

Deseos

La mala costumbre de recaer
se me monta en la espalda
y araña el alma,
o lo que queda de ella,
y el corazón se me marchita,
o lo que queda de él.

En el camino que siempre tomo y no termina,
en el que me acompañé de una brasa que aun no se apaga,
y que me dice que es la luz
que solo se ve en la oscuridad

Regreso a ese terrabal cuando todo está bien,
el que me dio esperanzas cuando todo estaba mal
y tengo que probar
un poco
la desesperanza
que ya no tengo,
y necesito revivir
de tanto en tanto.

Ya no bebo
porque ya no amo.
Ya no estoy a tientas
en el sol.

Pero la oscuridad se cierne
aunque sea en mi sombra,
y ahi me amparo
para recordar de donde vengo
y de lo que escapé.

Por eso cada tanto me hierve la sangre
con el tiento del infierno
y tengo que entregarme
a los deseos de abismo
que me abraza;

y me escapo
antes de caer de nuevo
profundo.

Huyo de ese dulce dolor,
porque prefiero el calor de la abundancia
al frío de la búsqueda;

tantos años
sin hallar.

Soy eso que no encontré
cuando seguí
el primer rayo del amanecer
y ahora
llevo la noche
en mi sombra.

Bestias

Los tiempos de las bestias salvajes han pasado,
se han escondido en las sombras,
al amparo de hojas grandes
tras los pasos del dolor.

Esos tiempos
donde morir era lo que se buscaba
y vivir era un regalo,
se han pedido.

Ahora
la noche
es todo.

Pero de pronto,
en algunos momentos
ocurre que las bestias salen
de su letargo,
y vuelven a andar al canto de la cigarra,
sobre los troncos
que unen un río y otro,
y hacen cacería;

algunos mueren
algunos viven.

En ocasiones,
las bestias caminan
como si fueran de nuevo amos
–ya no lo son–
pero reclaman el lugar
y todo vuelve a ser normal.

En algunos momentos
los dioses
entienden
y nos regresan de la muerte
para ser uno con ellos,
y con ellos morimos,
esperando recordar
un paso
a la mañana siguiente.

Las bestias son
hasta el último momento,
y después
lo siguen siendo.

Oscuridad

He perdido media vida en la búsqueda;
he dejado atrás amigos,
escuela,
y los amores de la sangre
que ahora se coagula.

Escuché la voz del poeta
y la seguí
hasta perderme en la oscuridad;
no sabía que
me perdería,
y perdí todo.

Mi aventura fue la soledad,
y la huida constante que me llevó
a mi desesperación
a mi mediocridad
a mis manos llenas de nada.

Seguí caminando hasta mojar mis zapatos,
y sofoqué la luz,
la calma
y llegué a la ansiedad
que desde entonces me abraza.

Perdí
todo
sin saberlo.

Ahora llego al claro de la montaña
y veo los bosques debajo
y la noche del cielo
cobijada con la penumbra de las ramas.

No sé si la voz del poeta
me trajo hasta aquí
o también la he perdido.

Pero por primera vez
me alimento de la oscuridad
y la oscuridad
se ha saciado de mi.

Mañanas nubladas

Todo está construido de pequeños momentos;
los más raros,
los más hermosos,
suceden poco
y los recordamos tanto.

Por eso
si llueve en la mañana,
–una lluvia gentil–
no escuches otra cosa,
ni hables;
no veas el televisor,
ni leas este poema;
escucha la lluvia
y el canto suicida
de sus gotas llegar.

Observa el pasto
y las hojas tamborileantes,
y si tienes suerte,
el estruendoso aletear
del pequeño colibrí.

Las mañanas nubladas
son un regalo de los Dioses
que nos orillan a pensar
y construir treguas diminutas
de hombres ansiosos.

Por eso
si te levantas con el sonido de la lluvia…

detente a escuchar,
y no hagas otra cosa;
no pongas música,
ni veas el televisor,
no leas este poema,
no leas este poema por favor.

Regresar

Uno regresa a esos amores que lastimaron,
que tanto daño hicieron,
que acabaron contigo
sin consideración
y sin piedad.

Uno regresa a esos amores
que nos destrozaron;
uno regresa
por los pequeños momentos
que nos dieron felicidad.

No sé por qué lo hacemos,
pero lo hacemos;
como si no tuviéramos oportunidad
de sufrir de nuevo
y quisiéramos hacerlo una vez más.

Uno regresa a esos amores
que tanto daño hicieron
y de los que tanto aprendimos,
que nos lastimaron
y en el fondo
disfrutamos.

Esa muerte
que no nos mató.

Recuerdas lo que te hacía reír
y olvidas lo que te hizo llorar;
olvidas por qué te fuiste
o prefieres no recordar.

Abrazas esa tierra
de nuevo
y le pides perdón por dos cosas,
una por haberte ido,
y otra
por no poderte quedar.

 

Un marinero viejo

Hace poco me instalé en el camarote de los 40,
soy un marinero viejo encerrado en su cuarto,
sin querer estar en la popa,
sin energía para la proa,
con el secreto de las aguas en la memoria,
y la piel curtida de sal.

Decidí dejar la borda al momento en que tuve golpes al costado
y sangré sin parar y sin sanar;
ahora me tienen aquí
porque sé escuchar la mar,
y nada más.

No soy apetecible a los peces,
y el fondo es demasiado oscuro para sobrevivir;
pero yo he regresado de ahí
en los días de la tormenta de las 23 noches
y las 23 despedidas.

Ahora incluso he perdido el gusto por el ron,
como por los bosques,
y la caricia de la muerte morena.

He visto todo,
he sobrevivido a las peleas de los marinos,
un barco contra otro,
completa tripulación embrutecida de sangre y coraje,
prostitutas viendo a lo lejos
con los labios pintados de rojo
sonriendo al ganador y consolando al perdedor.

Ahora aquí estoy,
sin amar ni extrañar,
sin poder besar
a causa de una herida de navaja en el labio
y un recuerdo enterrado.

Soy un marinero viejo que logró escapar
de las aguas de las mujeres,
y estoy en una mesa bailante de madera
escribiendo para pasar el tiempo;
esperando a que llegue el contramaestre
gritando que se hunde la embarcación,
y la nave está haciendo agua.

Me quedaré aquí
recordando cuando estuve en la isla de los placeres,
en las piernas de la tentación,
en la penumbra de los gemidos,
tras la cascada de la entrega
y la risa de las sirenas.

Escucho la madera crujir,
pero el barco se mantendrá una vida más,
y yo estaré en el mismo lugar,
listo cuando el relámpago llegue,
y lo tome en mis manos y lo bese
y pueda encontrar sentido al fin.

Inundaciones

Este cambio continuo me ha inundado de soledad.
Esta necedad de hacer me ha convertido en un aliento en la oscuridad
La curiosidad de saber qué hay me ha llevado a donde no hay interés por llegar.

Cada tanto veo atrás y me gustaría regresar,
como si hubiera abandonado lo mejor de mi vida
y me da miedo reconocer que es cierto.

Me he perdido el crecimiento de los árboles,
la constancia de la hiedra
y las tormentas que bañan la felicidad.

Soy un pigmeo a los pies de la eternidad
sin poderse levantar,
sin lograr entender lo que hay sobre su cabeza.

Los años terminan
y me voy antes del final,
pero el final nunca cumple su amenaza.

No encuentro la dicha constante
ni el amor
ni la amistad
ni el descanso;
y la vida me rodea
y me abraza cálida,
desesperadamente
para aceptarla,
pero no lo entiendo
y regreso a buscar
donde los caminos se desdibujan.

En ocasiones me doy cuenta que tenía todo
y todo ha quedado atrás;
los abrazos y los besos me añoran
pero no puedo hacer otra cosa
que ahogarme en soledad,
y en ocasiones salir un momento
para tomar un poco de aire
y meterme de nuevo en la ausencia;
allá donde nadie ha llegado
ni hay interés por llegar.

Dioses en mi jardín

Ahí están,
unos cuantos dioses fastidiados,
que de vez en cuando salen del lugar donde viven todos los dioses;
con su perfección
y su poder
y sus ganas de destruir y reír.

Ahí están,
un par de dioses fuera del palacio
buscando y cansándose de no hacer nada
cansados de no amar
y de no morir.

Caminan por un lado,
por otro,
y siempre se detienen
a la ventana de mi casa
y me miran en la madrugada;
gigantes sentados en el jardín,
preguntándose,
riéndose
y teniendo lástima de todo,
menos de mi jardín.

Yo estoy con la pequeña luz de la lámpara,
solo,
habitando el abandono,
y ellos dejan de reír
y se interesan,
pero no me dicen nada, no me empujan un poco más;
me dejan en el estrado
sin mi sentencia de muerte
como si fuera eterno;
sólo miran por mi ventana.

Así han sido todos los años,
desde hace muchos años

cuando voy de un lugar a otro
con mi pequeña luz,
y los dioses morbosos me encuentran cuando vuelven a buscar.
Y no pueden hacer nada al respecto.
No pueden hacer nada,
solo miran esperando el momento
en que salga con ellos
y me siente,
pero eso no ocurrirá
porque ellos son dioses
y yo pretendo ir más allá
en la soledad de mi pequeña lámpara,
y ellos sabrán entonces
que han estado viendo
al hombre correcto,
negligente en la inmensidad de un camino;
ellos son sólo dioses en mi jardín
y no pueden hacer nada al respecto.

Prohibiciones

Los recuerdos se suben a mis hombros
y no puedo hacer nada al respecto;
todo lo que hice y lo que no logré,
todo lo que no amé,
ahora llega
estrellándose en las rocas de mis noches.

En ocasiones me abandona la virtud
y me encuentro más solo que nunca;
yo que me acompaño de oscuridad
y vivo de lo muerto.

La desesperación ya no me grita fuerte
y los viajes se han terminado,
el mundo se acaba en mi puño
y la lluvia se destierra del desierto.

Ahora las noches no tienen sonido de mar
ni llegan los gritos de mujeres trepando por la pared.

Aunque
de pronto
los sonidos de los que he escapado
vuelven a aparecer en el abismo del silencio:
golpes de puertas que cierran
y susurros que no se alejan.

La tranquilidad es un estado que no se me permite
y quizá
el amar
tampoco.