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Los escritos de Fernando Benavides

Dioses en mi jardín

Ahí están,
unos cuantos dioses fastidiados,
que de vez en cuando salen del lugar donde viven todos los dioses;
con su perfección
y su poder
y sus ganas de destruir y reír.

Ahí están,
un par de dioses fuera del palacio
buscando y cansándose de no hacer nada
cansados de no amar
y de no morir.

Caminan por un lado,
por otro,
y siempre se detienen
a la ventana de mi casa
y me miran en la madrugada;
gigantes sentados en el jardín,
preguntándose,
riéndose
y teniendo lástima de todo,
menos de mi jardín.

Yo estoy con la pequeña luz de la lámpara,
solo,
habitando el abandono,
y ellos dejan de reír
y se interesan,
pero no me dicen nada, no me empujan un poco más;
me dejan en el estrado
sin mi sentencia de muerte
como si fuera eterno;
sólo miran por mi ventana.

Así han sido todos los años,
desde hace muchos años

cuando voy de un lugar a otro
con mi pequeña luz,
y los dioses morbosos me encuentran cuando vuelven a buscar.
Y no pueden hacer nada al respecto.
No pueden hacer nada,
solo miran esperando el momento
en que salga con ellos
y me siente,
pero eso no ocurrirá
porque ellos son dioses
y yo pretendo ir más allá
en la soledad de mi pequeña lámpara,
y ellos sabrán entonces
que han estado viendo
al hombre correcto,
negligente en la inmensidad de un camino;
ellos son sólo dioses en mi jardín
y no pueden hacer nada al respecto.

Prohibiciones

Los recuerdos se suben a mis hombros
y no puedo hacer nada al respecto;
todo lo que hice y lo que no logré,
todo lo que no amé,
ahora llega
estrellándose en las rocas de mis noches.

En ocasiones me abandona la virtud
y me encuentro más solo que nunca;
yo que me acompaño de oscuridad
y vivo de lo muerto.

La desesperación ya no me grita fuerte
y los viajes se han terminado,
el mundo se acaba en mi puño
y la lluvia se destierra del desierto.

Ahora las noches no tienen sonido de mar
ni llegan los gritos de mujeres trepando por la pared.

Aunque
de pronto
los sonidos de los que he escapado
vuelven a aparecer en el abismo del silencio:
golpes de puertas que cierran
y susurros que no se alejan.

La tranquilidad es un estado que no se me permite
y quizá
el amar
tampoco.

Apenas mujer

Era apenas una mujer
asombrada de todo:
de la lluvia queda
y los días soleados,
de los hombres salvajes
y los pequeños momentos;
canarios que vuelan y no regresan.

Era una mujer,
que no podía dar un paso
sin saber qué dirección tomar.

Veía la vida desde su ventana
y cada que podía
salía
sin querer regresar;
pero siempre lo hacía,
siempre regresaba.

Ya vendrían los días
en los que aprendería
que el dolor llega
sin ser llamado.

Tenía curiosidad de todo,
a todo sonreía;
disfrutaba la lluvia
y disfrutaba el calor
sobre su cuello.

Pequeños mundos caóticos entre sus manos,
y mientras podía
descansaba tranquila.

Era apenas una mujer
con una belleza inocente
y un animal furioso adentro
que no tarda en salir
y no tarda en regresar asustado.

Infiel

Soy una persona completamente desleal,
infiel hasta la repugnancia;
un sólo plan se escapa de mis manos
como si de agua salada se tratara.

Comienzo a pensar en el mar
cuando aún voy cruzando el desierto;
extraño la tristeza
cuando estoy lleno de felicidad.

Los caminos que tanto trabajo tomaron
los espero de vuelta cuando he llegado al final,
no hay luz que pueda
cubrir toda la oscuridad.

Soy infiel a cualquier arte,
desleal a todos los tratos;
y tengo en la sangre la muerte
con sus ríos de intranquilidad.

A lo mejor es porque el tiempo
nos jugará mal
en cualquier momento,
desleal como nosotros.

Pero eso no explica
mi repentina necesidad
de ir a un lugar
antes del amanecer;
ni extrañar el frío
o la soledad.

Soy desleal al camino
y a la bendición
del susurro.
Soy infiel
a todo lo que me acerque
al final.

Pero
qué se podía esperar de una persona
que aspira a todo
menos a la tranquilidad.

A tiempo

Estuvimos a tiempo en el paraíso,
después,
el mar se lo fue comiendo poco a poco.

Vivimos el tiempo a tiempo,
después,
la edad llegó.

Nos dejamos de hablar a tiempo,
después,
nos recordamos como lo que pudo pasar
y no pasó.

Porque ahora veo hacia atrás
y los caminos se revuelven
para regresar a casa,
a aquella ciudad,
a aquellas ilusiones,
y pienso en que una vez
decidimos acabar a tiempo
para poder recordar después.

Desde hace tiempo

Desde hace tiempo
me doy cuenta
que al tiempo
se le acaba el tiempo.

Cada vez más
las cosas
se van cuarteando
en sus propios cimientos.

No hay nuevas pinturas
ni pintores
que quieran hacerlas
o sepan cómo;
es como
si todo
hubiera dejado de tener sentido
o si todo
hubiera acabado.

Hace tiempo
no tenemos tiempo
para mirar la noche;
como si le temiéramos al sonido de la oscuridad,
y nos empeñáramos
en alejarlo con aquelarre vulgares.

El mundo
ya no es hermoso
a nuestros ojos
y acabamos
con él.

Hace tiempo
no hay
miras
de una muerte hermosa
que valga la pena
recordar.

Hace tiempo
el silencio
se ha acabado,
y cada vez
es más difícil encontrarlo
en el poco tiempo
que nos queda.

La muerte de la paloma

Hoy murió la paloma que habíamos rescatado;
lo intentó con toda su fuerza,
lo intentamos con toda nuestra esperanza;
pero murió.

La habíamos encontrado
a mitad de la calle,
con las garras llenas de pegamento
y un golpe en la cabeza.

La llevé a casa
para que sus últimos minutos
no los pasara viendo la cercanía de los automóviles
ni el calor del pavimento la calcinara;
lo único que quería,
era darle un último buen recuerdo.

Pero estando en casa
parecía que lo iba a lograr,
fue mejorando
y dio señales de lucha;
luchaba como cuando retas al destino
y comienzas a ganarle la partida.

Un día después,
al regresar del trabajo,
en medio de una tormenta
encontramos a la paloma muerta,
con un poco de la calma buscada
y la vida agotada.

Tal vez no debí interrumpir a la muerte.

Nos quedamos viéndola,
sin entender en qué habíamos fallado
o por dónde se nos había colado la muerte
entre cuidados y alimento licuado.

Hoy murió la paloma que habíamos rescatado;
solo espero
que sus últimos minutos
hayan sido de tranquilidad
y trinos de reconciliación.

Paloma

Íbamos de regreso
Ana y yo
de comprar algunas cosas
para comer en la semana.

De pronto,
vi un diminuto bulto
a mitad de la calle;
era una paloma,
aún con vida…
casi.

Disminuí la velocidad
y pasé por en medio
para no acabar con ella
y me detuve,
pero ya venían demasiados carros
que pasaron,
uno trás otro.

Regresé para ver
qué quedaba de la paloma,
y aún seguía viva;
había librado
el destino.

La tomamos
y nos la llevamos,
estaba en la línea de la muerte
y la muerte la reclamaba.

En casa le limpiamos las moscas
y las garras que tenían cierto pegamento;
apenas respiraba.

No podía moverse,
y le dimos gotas de agua
en el pequeño pico
lo bebió,
pero no podía levantar la cabeza;
uno de sus ojos estaba cerrado
y el cráneo inflamado.

Estuvimos viendo su lucha,
lo único que queríamos
era que sus últimos minutos,
no fueran en medio de una calle,
bajos los carros
pasando a toda velocidad
con el calor del asfalto.

Ahora está
en nuestro patio,
rodeada de una frazada;
aún le late el pequeño corazón,
y mira todo alrededor.

Está luchando por su vida,
es una paloma
que sin esperanzas
está demostrando
que puede vivir unos minutos más;
es una sobreviviente
como todos en esta casa.

Tengo una vida sobre mi vida

Tengo una vida sobre mi vida
que me impide morir
y a la vez
me impide descansar.

Tengo una vida sobre mi vida
que me niega el silencio
y me acerca a la locura
cada noche que tiene oportunidad.

Tengo alguien,
sobre mi
que no soy yo
y no me quiere dejar.

Cada vez menos,
y cada vez más;
me invade cuando duermo
y no me deja continuar,
como si me susurrara algunas cosas
y me gritara otras.

Tengo a alguien
sobre lo que hago
que me aleja de todo
a lo que quiero llegar.

Tengo esa insistencia
al lado de mi,
entre la almohada
y el abismo,
y me empuja
cada momento
a la oscuridad.

Tengo una vida sobre mi vida
que no es la mía
y me hace levantar,
como si no le importara mi descanso
y tuviera prisa
por hacerme hablar.

Tengo una vida sobre la mía
que me impide morir
y a la vez
me impide descansar.

Ausente

En ocasiones
la fuerza abandona mis manos
y el fuego que había alimentado
es solo una brasa
poco roja
casi fría
casi blanca.

Los bosques tras de mi
siguen estando ahí
pero cada vez menos
me llama la oscuridad.

Como si ya hubiera visto
todos los caballos perdidos
y las serpientes
yacieran muertas
heladas bajo la tierra.

Los muertos están conmigo
sin hablar
sin quejarse
sin adorar.

Tengo los caminos tan lejanos
que he logrado perderme
sin moverme
sin asustarme.

Escucho
el ruido alejado
del mar tras las montañas
y el abandono toca mi hombro
comprendiendo
la quietud de todo
y la ausencia de la vida.