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Los escritos de Fernando Benavides

Etiqueta: ciudad

Regresar

Uno regresa a esos amores que lastimaron,
que tanto daño hicieron,
que acabaron contigo
sin consideración
y sin piedad.

Uno regresa a esos amores
que nos destrozaron;
uno regresa
por los pequeños momentos
que nos dieron felicidad.

No sé por qué lo hacemos,
pero lo hacemos;
como si no tuviéramos oportunidad
de sufrir de nuevo
y quisiéramos hacerlo una vez más.

Uno regresa a esos amores
que tanto daño hicieron
y de los que tanto aprendimos,
que nos lastimaron
y en el fondo
disfrutamos.

Esa muerte
que no nos mató.

Recuerdas lo que te hacía reír
y olvidas lo que te hizo llorar;
olvidas por qué te fuiste
o prefieres no recordar.

Abrazas esa tierra
de nuevo
y le pides perdón por dos cosas,
una por haberte ido,
y otra
por no poderte quedar.

 

A tiempo

Estuvimos a tiempo en el paraíso,
después,
el mar se lo fue comiendo poco a poco.

Vivimos el tiempo a tiempo,
después,
la edad llegó.

Nos dejamos de hablar a tiempo,
después,
nos recordamos como lo que pudo pasar
y no pasó.

Porque ahora veo hacia atrás
y los caminos se revuelven
para regresar a casa,
a aquella ciudad,
a aquellas ilusiones,
y pienso en que una vez
decidimos acabar a tiempo
para poder recordar después.

La muerte de la paloma

Hoy murió la paloma que habíamos rescatado;
lo intentó con toda su fuerza,
lo intentamos con toda nuestra esperanza;
pero murió.

La habíamos encontrado
a mitad de la calle,
con las garras llenas de pegamento
y un golpe en la cabeza.

La llevé a casa
para que sus últimos minutos
no los pasara viendo la cercanía de los automóviles
ni el calor del pavimento la calcinara;
lo único que quería,
era darle un último buen recuerdo.

Pero estando en casa
parecía que lo iba a lograr,
fue mejorando
y dio señales de lucha;
luchaba como cuando retas al destino
y comienzas a ganarle la partida.

Un día después,
al regresar del trabajo,
en medio de una tormenta
encontramos a la paloma muerta,
con un poco de la calma buscada
y la vida agotada.

Tal vez no debí interrumpir a la muerte.

Nos quedamos viéndola,
sin entender en qué habíamos fallado
o por dónde se nos había colado la muerte
entre cuidados y alimento licuado.

Hoy murió la paloma que habíamos rescatado;
solo espero
que sus últimos minutos
hayan sido de tranquilidad
y trinos de reconciliación.

Paloma

Íbamos de regreso
Ana y yo
de comprar algunas cosas
para comer en la semana.

De pronto,
vi un diminuto bulto
a mitad de la calle;
era una paloma,
aún con vida…
casi.

Disminuí la velocidad
y pasé por en medio
para no acabar con ella
y me detuve,
pero ya venían demasiados carros
que pasaron,
uno trás otro.

Regresé para ver
qué quedaba de la paloma,
y aún seguía viva;
había librado
el destino.

La tomamos
y nos la llevamos,
estaba en la línea de la muerte
y la muerte la reclamaba.

En casa le limpiamos las moscas
y las garras que tenían cierto pegamento;
apenas respiraba.

No podía moverse,
y le dimos gotas de agua
en el pequeño pico
lo bebió,
pero no podía levantar la cabeza;
uno de sus ojos estaba cerrado
y el cráneo inflamado.

Estuvimos viendo su lucha,
lo único que queríamos
era que sus últimos minutos,
no fueran en medio de una calle,
bajos los carros
pasando a toda velocidad
con el calor del asfalto.

Ahora está
en nuestro patio,
rodeada de una frazada;
aún le late el pequeño corazón,
y mira todo alrededor.

Está luchando por su vida,
es una paloma
que sin esperanzas
está demostrando
que puede vivir unos minutos más;
es una sobreviviente
como todos en esta casa.

Voces de la noche

La noche se revuelve en mi,
en cada una de sus oscuridades
sin dejarme dormir
sin dejarme descansar.

Como si me estuvieran hablando
las voces de su conciencia
y todas me dicen
Levántate padre mío
y no dejan de sonar.

Por temporadas
las voces calman,
ceden un poco
pero vuelven aquí
siempre.

Quisiera entonces
aferrarme a la cama
como lo hacen los demás
e ignorar;
pero no puedo
porque las voces ahí están.

Entonces escucho todo
y el mundo ataca de nuevo
una
y otra
y otra vez
hasta el final.

Todo ha cambiado,
porque ahora lo romántico
del caos
ha desaparecido
y solo queda
el ruido
violento
del suicidio.

El mundo se ha alejado

La noche me llega al estómago
y la soledad al corazón;
los temores me aprietan
entre las sabanas y
la desesperación.

Cuando pienso
haber logrado algo,
el momento
se deshace
dejándome con nada.

Camino a tientas en la oscuridad,
–densa–
y han muerto
los amigos
que me podían guiar.

Soy un desertor de la alegría,
y cada vez temo más
a la madrugada
y a la realidad.

Las voces que escucho,
el tintineo de las copas,
la risas vulgares del alcohol;
cada vez rehuso más
vivir entre la humanidad.

Hay muy pocas personas
en quien pueda confiar,
y lo único constante
es la aprensión.

Este mundo
se ha vuelto
un lugar
inhabitable.

Golpes en mi cabeza

Escucho golpes en mi cabeza;
me despiertan,
me atemorizan,
me hacen dudar que afuera hay paz
o me recuerdan que no la hay.

Son fuertes estruendos que llegan y no se van;
cada noche;
con ello me levanto
y comienzo a buscar qué ocurrió
por la ventana
y en las calles,
en las peleas.

A veces no hay nada.

Escucho golpes en mi cabeza
y espantan el sueño,
el único,
que es estar en tranquilidad.

Nunca ocurre.

Los escucho al dormir,
cuando estoy lejos de todo
y no quiero regresar.

Escucho golpes en mi cabeza
y tengo temor
de que no se vayan
y suenen más fuerte la próxima vez.

A lo mejor siempre han sido puertas.

El cuerpo de las mujeres también era nuevo

Aquellos eran otros tiempos, con colores más penetrantes y carentes de aromas; era cuando el amor era nuevo, o no existía, y se imaginaba diferente a como es ahora.

Pero parecían buenos, los tiempos, lo que prometían, las piezas que nos entregaban adelantadas y la independencia, todo aquello que se mostraba maravilloso, y los senos de las mueres que aún no eran, pero comenzaban y todo, todo, quería ser vivido.

Era divertido. Queríamos ser como otras personas, ser más populares, las fiestas y las chicas y la cerveza en vasos de plástico. Era cuando el Tú y yo tenía un buen sentido, aunque no existía el Tú, sólo el yo, pero estaba bien, porque las posibilidades eran grandes y la música, la música valía la pena; las palabras no las usábamos como ahora, pero no importaba, vivir estaba bien.

No había soledad, o no demasiada, o quizá no la concebíamos así, sólo escuchábamos a los Smashing Pumpkins, y eran buenos, en verdad eran buenos, sorprendentes como varias cosas en esos días.

Luego todo habría de cambiar, desmoronárse;
pero de eso ya he escrito, demasiado incluso;
por eso ahora me refiero a cuando las cosas eran nuevas alrededor, y la gente se disparaba con una escopeta en la boca, como antes lo había hecho Hemingway y eso, incluso, también tuvo sentido, porque de alguna manera las cosas tienen que empezar a morir para recordarlas como los tiempos en que las construcciones cayeron y las guitarras seguían y seguirán; los libros iban ganando terreno poco a poco y podías comenzar a cometer tus propios errores; tan tuyos, tan míos, tan dolidos esos amores que te arrancaban el pecho de un tirón sin consideración alguna, y estaba bien, porque el cuerpo de las mujeres también era nuevo y lo recorrías como conduciendo ese automóvil sin saber hacer bien los cambios y los gemidos eran tan claros que rompían el aire, y eso, bueno, eso tuvo sentido.

Las amistades y los sabores, los primeros cigarros tenían sentido y desde entonces yo quería levantar al país en armas, o bien encontrar un lugar entre ruptura y ruptura y, fue tanto, que me quedé en medio de cada relación sin poder lograr algo; hasta ahora, que vivo en el espacio que da una noche antes de ser día.

Pelear estaba bien
conocer estaba bien
asombrarse era lo correcto
y cambiar cada par de minutos,
todo ello,
caminar por las calles
caminar con fuerza
desperdiciar oportunidades,
qué maravilla desperdiciarlas,
y qué lástima fue sobrevivir a todos esos tiempos,
ahora que no somos ni revolucionarios, y
terminamos
siendo camioneros,
jefes de la policia,
o dentistas;
y no nos estrellamos lo suficiente,
y seguimos vivos
y
dentro de poco
comenzaremos a morir todos
de manera natural,
sin mucho asombro,
todos,
hasta que quede sólo uno de nosotros y,
a ese alguien,
nadie lo entierre;
pero antes, claro, hubo buenos tiempos, cuando Dios nos habló
y nos dijo –Shhh, no hay nada que decir,
y nosotros, sólo estuvimos allí,
haciendo un buen ridículo de vida,
que ahora extrañamos tanto.

El chico sin una mano

Hay un chico
sin una mano
que juega fútbol en el parque,
festeja y dribla a los otros chicos;
se le ve contento,
alza los brazos al gol
y el sol cae sobre su espalda
con rayos dorados
festejando el tanto.

Los demás chicos lo ven
y juegan
mientras los perros ladran
moviendo la cola
tras el balón
y pasa un carro de dos ruedas
con helados
y sus campanas
y sus recuerdos fabricados al instante.

Llegan personas,
algunas buscan la sombra
de las hojas
de los árboles
de una tarde cotidiana,
hermosa.

La soledad, el solitario, el cansancio, la virtud

Y ahí estábamos,
con toda la arrogancia de nuestro pequeño mundo,
con las ganas de ser y no ser,
con los cuerpos separados,
aún sin verter el whisky,
ni oler a tabaco.

Con las palabras por delante,
con la vida que podríamos contarnos,
quizá,
o dejar todo tranquilo
con el camino por recorrer,
de nuevo,
solos.

Tan cerca,
que todo parecía tener calma;
y asustaba.

Las manos tensas de no tocar,
la ciudad cayendo a pedazos
sin que nos importara,
o nos importara un carajo.

Pequeñas, pequeñísimas noches,
con brutales sentires,
momentos que olvidaríamos,
o guardaríamos en el pantalon
de nuestro funeral.

Estaba todo:
la soledad,
el solitario,
el cansancio,
la virtud,
las mañanas lluviosas y contadas,
las historias tormentosas que traíamos a rastras
y que necesitábamos para encontrar cierto sentido nuestra vida;
cierto triunfo de haber sobrevivido.

Estaba todo eso,
y la noche,
que era particularmente quieta,
antes de decidir
lo que queríamos hacer.

Eran las miradas de las criaturas fieles
las que nos acompañaban,
y lo harían
aunque nos desmoronáramos en fortaleza,
y nos moviéramos de lugar,
una vez más.