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Los escritos de Fernando Benavides

Etiqueta: Mar

Se encuentra todo

Aquella noche el refrigerador estaba vacío, salvo un jitomate y el pan de caja; metía el pan al refrigerador pues si lo dejaba fuera el calor le hacía moho en un día. No tenía dinero y las voces que hablan por las noches estaban colgadas del árbol en el patio de aquel departamento azul. Había whisky, siempre había whisky.

Yo deseaba estar con una mujer esa noche y mi vecina parecía ser una opción respetable; se llamaba Marcelinda y vivía a media cuadra de mi casa, la veía asomada en su ventana y ella sonreía, pero nunca se dejó por mi, por eso conservé por más tiempo aquella especie de amistad. Ella creía que yo quería escribir sobre ella; eso no era cierto, aunque tiempo después me pareció interesante y la describí como un pequeño huracán buscando la orilla del mar.

En aquella época yo tenía miedo de muchas cosas, pero por alguna razón también tenía más valor, no me importaba dejar de comer por algunos días; en cuanto tenía algo de dinero compraba pasta y la cocinaba y eso era suficiente, también guardaba algo para el alquiler. Escribía mejor por las noches, así que podía caminar por las calles y ver a todas esas mujeres hermosas, de miradas y sonrisas, todas parecían haber ganado el segundo lugar de un concurso de belleza y estaban ahí queriendo demostrar qué tan injusto había sido que les arrebataran el primer sitio; caminaban usando esas pequeñas prendas y el alumbrado de la calle se escurría entre sus piernas, algunas blancas y otras morenas. Ahí estaba Julie, de ojos azules y rostro perfecto, una mujer completamente hermosa. Ella salía con un tipo rubio de los que había de sobra. Julie era la clase de mujer por la que irías a vivir a una granja y por las madrugadas saldrías a recoger la leche, los huevos y remover el heno para las vacas, no importaba, ella era la mujer por la que los hombres estamos aquí. Pensé en invitarla a cenar pero de pronto dejé de verla; hasta ahora recuerdo sus ojos azules.

Aquella noche, pues, estaba solo y sin comida, pero al menos estaba el vaso con whisky, el vaso sudaba y la luna era llena todas las noches. Entonces fui al departamento de arriba y toqué la puerta de la buena de Susi. Susi era una mujer venida de la Patagonia con la más encantadora de las sonrisas, tampoco tenía dinero y, al igual que yo, cocinaba pasta y siempre compartía su comida. Recordé que me había sobrado un poco de dinero en la tarjeta y fui por cervezas que tomamos mientras escuchamos música en su pequeño radio, su casa era acogedora, con cortinas de conchas y algunas pinturas que ella consideraba hermosas. No lo eran.

Susi y yo platicábamos por horas, ella tenía un balcón y, si ponías atención, se llegaba a escuchar el oleaje del mar.

Un día Susi dijo: Casi nunca me pinto las uñas, casi siempre uso perfume, ocupan más espacio mis libros, mis películas, mi música que mi ropa, siempre ando despeinada, pero cuando termina el día me hago un lavado de cabeza y me digo «mañana tienes que ser mejor persona». Yo reía con Susi y ella decía que yo era un intelectual, yo le agradecía su concepto aunque estaba equivocada, yo, como siempre, era un hombre perdido, pero ponía atención a su platica pues era la mujer más valiente que había conocido, a veces, en nuestras platicas, ella lloraba y era hermosa cuando lo hacía, yo le contaba cuando fui a Cuba y lo de la familia Castro; ella recordaba su patria, lejana, y a su padre; hablaba mucho de su padre, aquel había sido un hombre de verdad.

Esa noche Susi comenzó a decir:

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Ella terminó su Piu Avanti, pienso que era su poesía preferida y claro, se la había enseñado su padre. Yo nunca olvidé aquel pedazo de valor vertido en poesía y nunca olvidaría a Susi.

Así vivimos por mucho tiempo, hasta que nos pidieron desalojar aquellos departamentos para construir oficinas y rentarlas a precios caros, no tuvimos otra opción mas que buscar otro lugar dónde vivir, pero para entonces yo sabía que cuando uno no tiene nada, encuentra todo.

Hubo una época

Hubo una época en la que el mar pasaba al lado de mi casa,
y el sonido de los caracoles escapaba por la noche,
se escuchaban las pisadas y las borraban olas abandonadas,
mientras el viento formaba dunas que en aquel momento no entendía.

Hubo días en los que me despertaba y tomaba el whisky abandonado la noche anterior,
y el calor llegaba a mi espalda, entrando lento por cada recamara, hasta la cobija innecesaria;
entonces me levantaba y presenciaba el aire limpio de las personas que salían,
trabajaban y andaban con poca ambición y eran felices,
yo era feliz, pero no lo sabía.

Hubo noches en las que dios me permitió eternidad,
y escribía una y otra vez, anhelando terminar,
cuando lo que necesitaba era seguir,
entrar en una espiral de letras sin algún fin;
pero no lo hice.

Bajo mis pies estaba el pavimento ardiendo,
me hacía sentir vivo,
y pensaba que tener el mar azul en mi ventana era la vida,
pero la dejé; tuve prisa por hacerlo.

Ahora estoy con cadenas,
con pesados papeles sin sentido sobre mi espalda,
y los teléfonos suenan,
y suenan los gritos de las personas que no saben el por qué de su lamentar.

Me he vuelto una sombra más y al pasar del tren se borran mis palabras;
aquí hay poco alcohol,
aquí no hay sueños,
todo se mantiene devorándonos y nosotros quietos.

Hubo una época en la que el sol me despertaba,
y podía caminar viendo ojos verdes y azules,
y mi desamor era el amor,
y con eso me mantenía pensando en el mañana,
antes de que el mañana tristemente llegara.