La tía Melba murió una semana antes de Navidad, aún se escuchaban tronar los cohetes del 12 de diciembre y hacía frío, en la noche y debajo de las sábanas hacía frío.
Las cosas se pusieron difíciles para la tía Melba con 90 años de edad y la cadera rota, aun así la querida vieja se conservaba hermosa, tras sus ojos cada vez más verdes se reflejaba el agua por la que su alma habría de andar a tierras mejores, menudo descanso merecido.
Mi madre y yo fuimos a verla porque estaba en recuperación de su caída, el relicario que tenía por corazón seguía dando imágenes para creer que el mundo valía la pena y ella, la última persona viva de la primera familia Roldán, había llevado con dignidad el estandarte familiar desde Texas.
Yo creí que la tía iba a salir de esta, había permanecido empolvada pero viva, lo pude ver cuando estuve con ella y terminamos hablando en inglés sobre su padre y su madre, también de pasteles y manzanas cocinadas al horno, un estilo americano que no he probado, sólo escuchado.
Quizá la tía merecía un descanso, pero me queda la mala sensación de no haberle llevado chocolates, aunque nos lo prohibieron por su dieta, supongo que un acto revolucionario como ese no le hubiera hecho mal cuando le quedaban tan sólo tres semanas de vida; todos deberíamos tener chocolates de contrabando bajo el tabaco, sólo por no dejar.
Es una lástima, quería escribirle un cuento, una historia ligera e ir y leérsela, sus ojos ya no le permitían el último placer del que gozaba: la lectura; así que cuando fuimos a visitarla pensé en escribirle una historia y leer para ella, hubiera sido un buen acto de no ser por el egoísmo del tiempo, la desdicha de no conocer el futuro o la tranquilidad de ignorar cuándo vamos a morir. Algunas personas mueren una semana antes de Navidad.
Quién sabe, quizá sí le escriba una historia o comience a escribir bajo la verdad, se lo debo por darme a conocer el mayor de los tesoros cuando, en medio de nuestra última plática se acercó y me dijo al oído, con mis manos en sus manos: «Tú eres Nando Roldán.»
Gracias tía, navega a salvo por tus ojos verdes, y llega a tranquila tu destino.
Escrito por Nando Roldán.