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Los escritos de Fernando Benavides

Etiqueta: personas

Conocí

A veces las cosas tienes explicaciones simples,

como aquella vez que conocí a una mujer

linda,

con buenas piernas,

y linda cara;

no es que no quisiera salir mas con ella,

es que llegada la noche

aun no habíamos probado bocado,

y la cerveza se estaba calentando.

Seguirás siendo hermosa

Serás linda por unos años,
en lo que conservas las piernas firmes de yegua
y recuerdas cómo sonreír sin pedir algo a cambio
y vistes ese suéter lila con los pechos en alto.

Seré menos despreciable
antes que caiga mi barriga,
y empiece a olvidar cosas,
y recuerde difuso lo que quiera inventar.

Serás linda mientras tengas tanto que decir,
y no empieces a reprochar todo;
mientras tus ojos no estén cansados,
y no me vean como la última opción que queda,
y te quedes conmigo.

Serás linda mientras el cabello baile con tus hombros,
mientras no uses brassiere y sorprendas
y no te puedan olvidar.
Serás linda mientras aún cause angustia que desaparezcas tras los autobuses
y comience a extrañarte.

Seré menos repulsivo
si puedo mantenerme escribiendo,
o eso quiero creer.

Podrás soportarme antes de conocerme bien.
y te hartes de mi,
hasta que creas que lo que escribo no es tan bueno,
o tan interesante.

Podrás estar cerca de mi
antes que sepas de mi abandono.

Serás más feliz imaginando
que destruyendo lo que creías sería nuestro primer encuentro,
nuestros planes,
la ida al bosque y los besos en las manos,
nuestros logros,
nuestra vida,
que no es más que cualquier otra
con relámpagos de papel.

Seguirás siendo hermosa,
mientras te vea a lo lejos
sin cruzar la primera palabra
evitando nuestra última discusión.

La lumbre y los geranios

Es inevitable recordar,
sobretodo en las noches de cansancio,
cuántas veces
hemos estado con alguien
y de pronto decidimos no seguir.

Nunca sacas algo bueno de la muerte de los geranios,
salvo algunas honrosas excepciones,
que realmente son pocas
y son bellas.

De las personas nos quedan memorias
de las noches y la lumbre,
las luces, los intentos
y recordar que estuviste acompañado
alguna vez,
para entender poco,
o mucho,
o quizá entendiste que con algunas personas
no se puede entender,
y por eso huiste,
con la poca braza que quedaba
de aquellas noches
y de aquellos tarareos calcinados.

Después te encuentras,
sin saberlo,
recordando todo aquello,
solo,
o sola,
y así,
sin más,
sabes que las cosas
no estuvieron tan mal
pero ahora están mejor.

Bares de categoría

Cuando voy a un bar,
un bar de cierta categoría,
de esos en los que la música no dice nada
y las bebidas son malas
y caras,
no me fijo en los asistentes
(a los que quizá envidie)
sino en la gente
que no pertenece
e intentan sacar algo de ahí;
como el señor que vende figuras de peluche,
o rosas,
el que ofrece discos,
y sin tomar una copa
está más perdido que los bebidos,
y quiere salir de ahí.

Las mujeres por lo general son hermosas,
muy hermosas,
y visten buena ropa,
el cabello llega hasta sus hombros
como si hubieran nacido así de bellas;
se acercan el vaso a los labios,
y mojan la orilla
mientras sus acompañantes
aparentan platicar
cosas interesantes.

Lo mismo me pasa con las construcciones
de los negocios que no funcionan,
y llegan otros a tirar las paredes
con mazos y picos
para poner otras paredes;
me llega un pesar
al ver que lo que estaba
no funcionó,
no me gusta ver
cómo las ideas aquellas
se caen,
destruidas por los mazos;
siento nostalgia por el derrumbe
de esos vidrios
y paredes
cuando los veo cambiar.

Luego sigo caminando
sabiendo que no tendré
a las mujeres
de los bares de categoría,
con sus lindos lentes
y pantalones ajustados,
usando dulce perfume
y ropa interior costosa.

Sigo caminando,
esperando ver
alguna construcción
que no haya caído
y me devuelva la poca fe
en las personas,
y que el mundo no se vuelva un bar de categoría
al que no pueda entrar.

Mientras la bebida se mantiene fría

Suena facil,
esto de decir cosas,
y declarar bienes,
mientras la bebida se mantiene fría.

Esto de escribir,
abandonar mujeres para hacerlo
y escribir de nuevo sobre ellas;
cuán absurdo suena
siendo verdad.

Esto de preguntarse por qué amas tanto a una persona
y no la puedes dejar,
aunque la dejes
o quieras regresar.

Amar a una persona también es alejarla.

Pero no tenemos mucho que ofrecer,
más que una penitencia larga y personal,
grande como el infierno,
o como debería ser ese lugar,
caliente y sin descanso,
que nos dificulta avanzar,
en el que tenemos una bebida fría
que nos permite continuar.

Hace mucho queremos empezar
pero ya estamos viejos
y no hay con quién,
o la hemos perdido.
Quizá ya hemos dicho lo que teníamos que decir,
hecho lo que teníamos que hacer
y sólo nos resta repetir.

Quizá tengamos que prepararnos a morir
como el toro en cada corrida,
que lucha hasta el final,
que hasta el final hace por morir de pie.

Suena facil
seguir buscando espacios,
cuerpos,
tremendos silencios.

Esto de creer que existen recovecos en la piel,
donde pueda llegar la noche
y aguardar el día;
buscarlos con desesperación,
una y otra vez
y otra vez regresar a escribir.

Pero no termina,
ni acaba de empezar,
quizá mañana me den sombra unas piernas,
y a mi lado tenga una bebida,
que con suerte se mantenga fría.

Caen

Los hombres caen
de los altos edificios donde trabajan,
las mujeres caen
el día después de su boda;
todos en la noche caemos,
nos estrellamos acabados,
con un vago recuerdo de lo que fue el día,
hace unas horas,
hace poco tiempo.

Vamos al cine,
y nos apiadamos de nosotros mismos,
creemos ser lo que vemos,
pero tenemos tan pocos momentos que nos pertenecen,
tan pocos,
tan contados,
tan sedientos.

Las horas caen,
una a cada lado de la cama;
caen los sonidos,
hasta dejar desamparado al camión,
al avión,
al perro desesperado,
a la pareja peleando,
a las ratas despertando,
al ruido de la pluma,
y las teclas andar.

Recuerdas a todos en la reunión de anoche,
las risas que eran hermosas,
las sonrisas que insinuaban,
mientras tocábamos la oscuridad,
como si la conociéramos,
como si pudiéramos decidir.

Y ahora aquí estamos,
mientras las muelas del tren
hacen ruidos espantosos,
mientras los hombres
y las mujeres,
caen alrededor nuestro.
Y nos orillamos
los enterramos,
dándoles un decente funeral.

Yessi

Hace ya tiempo quedé prendido de la chica más dulce que he conocido,
se llamaba Yessi y era bonita, dulce, y tenía mi estatura
(lo cual es bueno).

Yessi trabajaba en un Burger King
luego en una zapatería;
ella tenía trabajos así,
y tenía un lunar montado en su labio;
era blanca como una hoja de papel en la que quieres escribir un poema de amor decente saliente de tus manos ansiosas.

Ella era tan bonita…
y salimos,
salimos mucho,
demasiado, diría yo;
ella reía y me veía con esa mirada desesperada
que decía «Sácame de aquí»
y nos subíamos a mi viejo carro gris;
pero en realidad
nunca la saqué como a ella le hubiera gustado,
porque en ese entonces yo no entendía de miradas de auxilio,
sólo seguí saliendo con ella,
y ella siguió acompañándome a todos lados
mientras me mantenía enamorado
a los 20 años.

Después cambié de empleo
y dejamos de vernos;
pasado un tiempo la madre de Yessi marcó mi número,
dijo que fuera a verla a un restaurante,
y me pidió seguir saliendo con su hija,
pero no lo hice (entonces menos que antes);
sólo una vez,
en la que subimos al viejo automóvil
y nos fuimos un fin de semana,
bebimos y fumamos,
tal como su madre quería que Yessi no hiciera,
por ello me había buscado la señora,
para librar a su hija de esa costumbre,
y yo bebí con Yessi
para librarla de su madre.

Después dejé de ver definitivamente a Yessi,
a su piel blanca como hoja de papel en espera,
y a su lunar.

Pasaron los años y nunca supe de ella.
Alguna vez, en un estudio de grabación,
me pareció verla en un programa de televisión,
el programa era de chicas que gustan de chicas,
estaba en un bar,
la entrevistaban y sonreía, aun más hermosa que antes,
pero es probable que no fuera ella
y haya confundido su lunar con otro,
como tantos hay.

Perdí a Yessi por el resto de mi vida,
uno no supo del otro
y nos alejamos de manera definitiva.

Siempre estuve enamorado de Yessi,
de su hermoso cuerpo,
y su tierna voz,
de cómo caía el cabello negro a sus hombros,
de sus ojos despiertos,
y sus ganas de salir.

Esa era Yessi,
la mujer que conocí en un Burger King e invité a salir
por muchos años.

Nunca besé a Yessi,
y a veces,
como hoy,
la recuerdo.

Derrotarse

Esa noche no había estrellas
ni aire
todo era una cerveza derramada sobre el cielo,
sobre los edificios;
era eso
sólo eso
y eso hacía que nada se viera bien,
más que sus ojos tristes.
Calmada,
desinteresada por mi,
alejada.

Todo el tiempo me preguntaba qué hacía ella allí,
y cómo es que se movería a mi lado,
cómo se quitaría la ropa,
cómo la aventaría al suelo,
sin nada que hacer,
con un camino muy triste recorrido por los dos;
ella bostezaba, pero no importaba, porque yo no estaba ahí para ella, sino por ella.

Alguno de los dos habría de derrotarse, y ella estaba agonizando, siendo nada y siendo todo.

Teníamos una canción de los Stones, que era lo único que la mantenía conmigo y nada más,
entonces me preguntaba si acaso –en una vida digna– se necesitaba algo más que una canción absoluta para estar acompañado.

Estaba su espalda,
tan pequeña
tan grande
tan de los dos,
pero más mía que de ella;
ella conservó los ojos tristes,
fue lo único que le dejé conservar,
lo demás fue mío;
pero no la toqué,
ni la recorrí,
ni suspiré en su vientre.

Ella se asustó y se fue,
se levantó rápido
y rápido desapareció,
yo me quedé con el tabaco,
los laberintos,
la marea,
el sol de su piel.

En la noche no hay quien soporte mi desnudez,
ni aventure historias juntos;
no hay nadie que quiera hacer algo
que dure hasta la mañana,
temprano,
cuando todo cuente de nuevo.

Entonces,
recordé su sonrisa
y como desde hace 20 años,
me quedé solo,
y me puse a escribir.

Reservas

En la tardes,
cuando el sol está
y calienta la cama,
la espalda,
te da en los ojos,
entra a través de los párpados,
y es de día.

Y teniendo mujer no la tienes,
o sin tenerla descansas,
y quieres tener una,
o una distinta,
y ese juego parece nunca acabar;
nos gustaría regresar,
y olvidar regresar.

Están todas las mujeres,
preocupándose para saber qué van a hacer hoy de comer,
y todos los maridos
que las ven pasar y quieren acostarse con ellas como si fuera la primera vez,
algunos ya lo olvidaron y sólo quieren ver el televisor;
otros estamos en la misma calle
preguntándonos cuándo terminará el tiempo de búsqueda,
o si estamos destinados a siempre buscar.

Hay tantas cosas afuera:
están los caballos
y la suerte,
están las peleas
y la cerveza para ver golpearse unos a otros,
también están esas largas caminatas
que recordarás cuando pase el tiempo,
y tengas otro trabajo,
otra cama y otro sol,
y recordarás éste,
y pensarás que éste era mejor,
aunque ahora no lo creas así.

Las cosas no se mantienen iguales,
en algún momento cambiarán,
y llegaremos a estar más arriba,
después de estar más abajo.

Nos habremos de meter en más lugares,
y hablaremos con más personas tontas,
y descubriremos que no estamos a la altura de la pelirroja,
o la rubia aquella que no articula palabra;
que estamos lejos de los edificios
y más cercanos a los abandonos.

También habremos de estar buscando algunas cosas que dejamos en el camino,
buscando las notas que creímos importantes,
las tantas fotografías que rompimos,
las palabras que olvidamos,
las señales que ignoramos,
y todas aquellas fiestas que nos perdimos;
algún día habremos de pensar que son muchas
las cosas que dejamos
y poco lo que recogimos;
pero ni modo de cargar con todo,
ni modo de salvarnos a nosotros mismos.

Algún día seremos más viejos,
porque ahora ya no somos jóvenes,
ya no corremos como antes,
ni llegamos despiertos a la madrugada,
ni hicimos todas esas tonterías que creímos haríamos;
ya no estuvimos con dos mujeres,
o con tres,
con dos cervezas en las manos,
o tres;
ya no somos prodigios,
ni nos enamoramos jóvenes;
ya no llegamos a la meta cuando teníamos planeado,
y tampoco hemos abandonado la idea,
nuestro corazón no prende como pólvora,
ni se han acabado las reservas de tristeza.

En las tardes,
cuando llega el sol a nuestra espalda,
y lo sentimos para recordarlo más tarde,
cuando estemos alejados de todo
y más cerca de nuestro final.

Se encuentra todo

Aquella noche el refrigerador estaba vacío, salvo un jitomate y el pan de caja; metía el pan al refrigerador pues si lo dejaba fuera el calor le hacía moho en un día. No tenía dinero y las voces que hablan por las noches estaban colgadas del árbol en el patio de aquel departamento azul. Había whisky, siempre había whisky.

Yo deseaba estar con una mujer esa noche y mi vecina parecía ser una opción respetable; se llamaba Marcelinda y vivía a media cuadra de mi casa, la veía asomada en su ventana y ella sonreía, pero nunca se dejó por mi, por eso conservé por más tiempo aquella especie de amistad. Ella creía que yo quería escribir sobre ella; eso no era cierto, aunque tiempo después me pareció interesante y la describí como un pequeño huracán buscando la orilla del mar.

En aquella época yo tenía miedo de muchas cosas, pero por alguna razón también tenía más valor, no me importaba dejar de comer por algunos días; en cuanto tenía algo de dinero compraba pasta y la cocinaba y eso era suficiente, también guardaba algo para el alquiler. Escribía mejor por las noches, así que podía caminar por las calles y ver a todas esas mujeres hermosas, de miradas y sonrisas, todas parecían haber ganado el segundo lugar de un concurso de belleza y estaban ahí queriendo demostrar qué tan injusto había sido que les arrebataran el primer sitio; caminaban usando esas pequeñas prendas y el alumbrado de la calle se escurría entre sus piernas, algunas blancas y otras morenas. Ahí estaba Julie, de ojos azules y rostro perfecto, una mujer completamente hermosa. Ella salía con un tipo rubio de los que había de sobra. Julie era la clase de mujer por la que irías a vivir a una granja y por las madrugadas saldrías a recoger la leche, los huevos y remover el heno para las vacas, no importaba, ella era la mujer por la que los hombres estamos aquí. Pensé en invitarla a cenar pero de pronto dejé de verla; hasta ahora recuerdo sus ojos azules.

Aquella noche, pues, estaba solo y sin comida, pero al menos estaba el vaso con whisky, el vaso sudaba y la luna era llena todas las noches. Entonces fui al departamento de arriba y toqué la puerta de la buena de Susi. Susi era una mujer venida de la Patagonia con la más encantadora de las sonrisas, tampoco tenía dinero y, al igual que yo, cocinaba pasta y siempre compartía su comida. Recordé que me había sobrado un poco de dinero en la tarjeta y fui por cervezas que tomamos mientras escuchamos música en su pequeño radio, su casa era acogedora, con cortinas de conchas y algunas pinturas que ella consideraba hermosas. No lo eran.

Susi y yo platicábamos por horas, ella tenía un balcón y, si ponías atención, se llegaba a escuchar el oleaje del mar.

Un día Susi dijo: Casi nunca me pinto las uñas, casi siempre uso perfume, ocupan más espacio mis libros, mis películas, mi música que mi ropa, siempre ando despeinada, pero cuando termina el día me hago un lavado de cabeza y me digo «mañana tienes que ser mejor persona». Yo reía con Susi y ella decía que yo era un intelectual, yo le agradecía su concepto aunque estaba equivocada, yo, como siempre, era un hombre perdido, pero ponía atención a su platica pues era la mujer más valiente que había conocido, a veces, en nuestras platicas, ella lloraba y era hermosa cuando lo hacía, yo le contaba cuando fui a Cuba y lo de la familia Castro; ella recordaba su patria, lejana, y a su padre; hablaba mucho de su padre, aquel había sido un hombre de verdad.

Esa noche Susi comenzó a decir:

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Ella terminó su Piu Avanti, pienso que era su poesía preferida y claro, se la había enseñado su padre. Yo nunca olvidé aquel pedazo de valor vertido en poesía y nunca olvidaría a Susi.

Así vivimos por mucho tiempo, hasta que nos pidieron desalojar aquellos departamentos para construir oficinas y rentarlas a precios caros, no tuvimos otra opción mas que buscar otro lugar dónde vivir, pero para entonces yo sabía que cuando uno no tiene nada, encuentra todo.