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Los escritos de Fernando Benavides

Etiqueta: Playa del Carmen

Lluvia, mar

Llovía en la playa.

A veces una pequeña lluvia, que mantenía los caminos de arena mojados,
otras la lluvia era intensa y aguijoneaba la masa del mar.

Podías salir y ver cómo la vida en aquel lugar cambiaba, la gente se quedaba en casa,
o escuchabas la jungla a tu espalda moverse violentamente con aquellas arremetidas.

En mi lugar había un enorme árbol que daba sombra,
y en tiempos de calor era apreciada.
Pero al llover podías ver cómo caían las hojas hasta tapar los canales.

Todo aquello era un caos que ahora extraño.

Me sentaba a la mesa en la silla de madera y los truenos llegaban;
buscaba buena música;
en aquella época encontré buenas cosas,
tristes pero buenas.

El sol estaba lejos.

Había suficiente comida,
así que podía llegar el huracán;
nunca llegó.
Lo que es cierto es que llovió por una semana
como nunca se había visto,
y luego por varios días mas
con otro ritmo,
uno pequeño
que tocaba las ventanas
y el pasto,
y acariciaba las ramas.

yo caminaba por las mañanas y veía el mar,
la playa vacía,
y todo era ciertamente hermoso;
pensé que nunca olvidaría aquello,
y lo recordaría con nostalgia,
para escribirlo algún día.

La lluvia que habla

No recuerdo cuándo me enamoré de la lluvia. Tengo algunas memorias, como levantarme a las 5 de la mañana, caminar por una calle larga y abandonada, apenas iluminada, en donde la lluvia estaba desde antes que llegara, sin molestar, mientras escuchaba Black de Pearl Jam. O la tremenda lluvia que nos agarró en la selva a Elena y a mi cuando íbamos camino a descubrir que nunca volveríamos a vernos, ni que nos amaríamos, siquiera un poco.

Recuerdo una lluvia torrencial, profética, que duró 3 días seguidos cuando llegue a vivir a la Playa, los árboles se mecían y tuve que salir a quitar ramas para que la corriente tomara de nuevo su curso a ningún lado.

Recuerdo lluvias cómplices, cuando Lissette y yo salíamos a grabar los sonidos y nos quedábamos tumbados en el quicio de la puerta, aguardando a que el mundo explotara para no olvidarnos jamás.

Nunca he visto llover en un castillo, ni despidiendo a un ejercito, nunca me ha llevado la lluvia ni la he podido seguir eternamente como he soñado; pero algún día lo haré.

Sólo sé que cuando llueve escucho voces, distintas, susurros que me hacen callar, dejar a un lado lo que estaba haciendo, voces que dicen: No nos olvides. Por eso me da lo mismo el sol que el viento, el día que la noche, lo que busco es la lluvia y que me diga aquellas palabras que no terminan de contarme ese relato que parece no acabar, una y otra vez.

Cuando se escuchan de nuevo los automóviles, sus llantas, la civilización, o la gente decide salir es el momento en que me llega la melancolía, aquella que me hace aguardar en la ventana, buscando aquel lugar que se mantiene lloviendo.

Diferentes lluvias

Cuando vivía en la playa
lo que más me gustaba era que lloviera,
todos se metían y mantenían en sus casas
esperando a que saliera el sol,
como irremediablemente lo hacía,
y les permitiera regresar a la playa;
pero a mi no me gustaba estar ahí,
ni en el sol,
ni sudando a chorros;
me gustaba salir cuando llegaba esa lluvia torrencial
que es un poco de jungla
y un poco de mar.

Quizá me gustaba salir a la lluvia porque me recordaba la ciudad,
o porque me hacía conciente que no estaría ahí por mucho tiempo;
entonces pensaba en la historia de un hombre que sigue a la lluvia
y no vive en ningún lado,
buscando dónde cae el agua el cielo,
moviéndose de un lugar a otro,
siempre tras la lluvia,
hasta que llega a un país donde no deja de llover
y encuentra lo que tanto ha buscado.

Ahora recuerdo diferentes lluvias:
la lluvia de la playa,
cuando me metía al mar con Gretel en los brazos
y los dos veíamos el mar negro,
Cozumel al fondo,
y nos quedábamos viendo todo aquello
que sólo hacía ruido de mar,
y la lluvia dulce mojaba lo salado,
al tiempo regresábamos a la orilla
echándo a correr.

Recordaba la lluvia de la jungla,
cuando se escuchaban los monos aullar
en la cima de los árboles,
y las flores abrir
con las gotas en los tallos
y la tierra oscura y blanda.

En un tiempo,
lejos,
recordaré la lluvia de esta ciudad,
que se sostiene en gotas del barandal,
y se anuncia con relámpagos
que tardan diez segundos en llegar.

Algún día recordaré una y otra lluvia,
cuando llueva,
cuando empiece y deje de hacerlo
o quizá cuando la siga sin parar
y descubra lo que el hombre de la historia,
tanto se empeña en encontrar.

Se encuentra todo

Aquella noche el refrigerador estaba vacío, salvo un jitomate y el pan de caja; metía el pan al refrigerador pues si lo dejaba fuera el calor le hacía moho en un día. No tenía dinero y las voces que hablan por las noches estaban colgadas del árbol en el patio de aquel departamento azul. Había whisky, siempre había whisky.

Yo deseaba estar con una mujer esa noche y mi vecina parecía ser una opción respetable; se llamaba Marcelinda y vivía a media cuadra de mi casa, la veía asomada en su ventana y ella sonreía, pero nunca se dejó por mi, por eso conservé por más tiempo aquella especie de amistad. Ella creía que yo quería escribir sobre ella; eso no era cierto, aunque tiempo después me pareció interesante y la describí como un pequeño huracán buscando la orilla del mar.

En aquella época yo tenía miedo de muchas cosas, pero por alguna razón también tenía más valor, no me importaba dejar de comer por algunos días; en cuanto tenía algo de dinero compraba pasta y la cocinaba y eso era suficiente, también guardaba algo para el alquiler. Escribía mejor por las noches, así que podía caminar por las calles y ver a todas esas mujeres hermosas, de miradas y sonrisas, todas parecían haber ganado el segundo lugar de un concurso de belleza y estaban ahí queriendo demostrar qué tan injusto había sido que les arrebataran el primer sitio; caminaban usando esas pequeñas prendas y el alumbrado de la calle se escurría entre sus piernas, algunas blancas y otras morenas. Ahí estaba Julie, de ojos azules y rostro perfecto, una mujer completamente hermosa. Ella salía con un tipo rubio de los que había de sobra. Julie era la clase de mujer por la que irías a vivir a una granja y por las madrugadas saldrías a recoger la leche, los huevos y remover el heno para las vacas, no importaba, ella era la mujer por la que los hombres estamos aquí. Pensé en invitarla a cenar pero de pronto dejé de verla; hasta ahora recuerdo sus ojos azules.

Aquella noche, pues, estaba solo y sin comida, pero al menos estaba el vaso con whisky, el vaso sudaba y la luna era llena todas las noches. Entonces fui al departamento de arriba y toqué la puerta de la buena de Susi. Susi era una mujer venida de la Patagonia con la más encantadora de las sonrisas, tampoco tenía dinero y, al igual que yo, cocinaba pasta y siempre compartía su comida. Recordé que me había sobrado un poco de dinero en la tarjeta y fui por cervezas que tomamos mientras escuchamos música en su pequeño radio, su casa era acogedora, con cortinas de conchas y algunas pinturas que ella consideraba hermosas. No lo eran.

Susi y yo platicábamos por horas, ella tenía un balcón y, si ponías atención, se llegaba a escuchar el oleaje del mar.

Un día Susi dijo: Casi nunca me pinto las uñas, casi siempre uso perfume, ocupan más espacio mis libros, mis películas, mi música que mi ropa, siempre ando despeinada, pero cuando termina el día me hago un lavado de cabeza y me digo «mañana tienes que ser mejor persona». Yo reía con Susi y ella decía que yo era un intelectual, yo le agradecía su concepto aunque estaba equivocada, yo, como siempre, era un hombre perdido, pero ponía atención a su platica pues era la mujer más valiente que había conocido, a veces, en nuestras platicas, ella lloraba y era hermosa cuando lo hacía, yo le contaba cuando fui a Cuba y lo de la familia Castro; ella recordaba su patria, lejana, y a su padre; hablaba mucho de su padre, aquel había sido un hombre de verdad.

Esa noche Susi comenzó a decir:

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Ella terminó su Piu Avanti, pienso que era su poesía preferida y claro, se la había enseñado su padre. Yo nunca olvidé aquel pedazo de valor vertido en poesía y nunca olvidaría a Susi.

Así vivimos por mucho tiempo, hasta que nos pidieron desalojar aquellos departamentos para construir oficinas y rentarlas a precios caros, no tuvimos otra opción mas que buscar otro lugar dónde vivir, pero para entonces yo sabía que cuando uno no tiene nada, encuentra todo.

Hubo una época

Hubo una época en la que el mar pasaba al lado de mi casa,
y el sonido de los caracoles escapaba por la noche,
se escuchaban las pisadas y las borraban olas abandonadas,
mientras el viento formaba dunas que en aquel momento no entendía.

Hubo días en los que me despertaba y tomaba el whisky abandonado la noche anterior,
y el calor llegaba a mi espalda, entrando lento por cada recamara, hasta la cobija innecesaria;
entonces me levantaba y presenciaba el aire limpio de las personas que salían,
trabajaban y andaban con poca ambición y eran felices,
yo era feliz, pero no lo sabía.

Hubo noches en las que dios me permitió eternidad,
y escribía una y otra vez, anhelando terminar,
cuando lo que necesitaba era seguir,
entrar en una espiral de letras sin algún fin;
pero no lo hice.

Bajo mis pies estaba el pavimento ardiendo,
me hacía sentir vivo,
y pensaba que tener el mar azul en mi ventana era la vida,
pero la dejé; tuve prisa por hacerlo.

Ahora estoy con cadenas,
con pesados papeles sin sentido sobre mi espalda,
y los teléfonos suenan,
y suenan los gritos de las personas que no saben el por qué de su lamentar.

Me he vuelto una sombra más y al pasar del tren se borran mis palabras;
aquí hay poco alcohol,
aquí no hay sueños,
todo se mantiene devorándonos y nosotros quietos.

Hubo una época en la que el sol me despertaba,
y podía caminar viendo ojos verdes y azules,
y mi desamor era el amor,
y con eso me mantenía pensando en el mañana,
antes de que el mañana tristemente llegara.