Un tranquilo río merecido
Ella era un pequeño río,
delicado,
que se deshacía cada noche,
en cada baile lento,
con cada canción correcta.
Era liviana y sencilla,
con la mirada tranquila,
y era todo para mi
en el momento que yo era todo para ella
mientras caían relámpagos lejos,
y los truenos eran otra melodía
diferente a la que sonaba en la sala
junto a la máquina de escribir,
el whisky,
y la luz amarilla
–tan pequeña–
que apenas alcanzaba a iluminar
esos momentos
tan grandes
y tan íntimos.
Después ella se alejaba y yo volvía a escribir,
y la música seguía siendo la correcta;
todo en ese momento era perfecto,
entre tanto desastre que había sido la vida de todos.
Yo era para ella
y ella era para mis recuerdos;
sabíamos que teníamos en las manos
un pedazo de su tranquilo río,
su elegante sonido;
ella tenía mis letras,
que son pocas,
pero es lo único que tengo,
y es lo más sincero que puede dar un hombre
que ha sido escupido
en todas sus buenas intenciones.
A veces
dos personas
simplemente se encuentran,
y simplemente lo merecen.