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Los escritos de Fernando Benavides

Etiqueta: whisky

Me he enamorado de todo

De las mujeres
de las palabras
de las caricias
de los silencios
y los desencantos.

Me he enamorado de todo;
de cada tentación
y de cada fracaso;
especialmente de cada fracaso.

Me he enamorado
y he intentado todo;
me he enamorado de los días lluviosos
y de los soleados,
de las mujeres en pequeños trajes de baño
caminando por una calle empedrada
a la orilla de la playa;
y de las mujeres que se han mantenido alejadas.

Me he enamorado
de todo lo que un hombre se puede enamorar;
de la cerveza
y del tabaco,
de las apuestas
y de todas las veces que perdí en ellas,
especialmente de todas las veces que perdí.

Me he enamorado de cada momento
en que he estado perdido
y ahogado en mis pensamientos
y en el alcohol;
especialmente en el whisky.

Y todas las veces que me he enamorado
me han traicionado;
las mujeres
y las apuestas,
la voz de la oscuridad
y el día en el que he creído.

Me he enamorado
entonces
del intento.

Un tranquilo río merecido

Ella era un pequeño río,
delicado,
que se deshacía cada noche,
en cada baile lento,
con cada canción correcta.

Era liviana y sencilla,
con la mirada tranquila,
y era todo para mi
en el momento que yo era todo para ella
mientras caían relámpagos lejos,
y los truenos eran otra melodía
diferente a la que sonaba en la sala
junto a la máquina de escribir,
el whisky,
y la luz amarilla
–tan pequeña–
que apenas alcanzaba a iluminar
esos momentos
tan grandes
y tan íntimos.

Después ella se alejaba y yo volvía a escribir,
y la música seguía siendo la correcta;
todo en ese momento era perfecto,
entre tanto desastre que había sido la vida de todos.

Yo era para ella
y ella era para mis recuerdos;
sabíamos que teníamos en las manos
un pedazo de su tranquilo río,
su elegante sonido;
ella tenía mis letras,
que son pocas,
pero es lo único que tengo,
y es lo más sincero que puede dar un hombre
que ha sido escupido
en todas sus buenas intenciones.

A veces
dos personas
simplemente se encuentran,
y simplemente lo merecen.

Qué saben del tabaco y los vagos recuerdos

La vida empieza a las 2 de la mañana,
con las raíces de lo que somos:
el tabaco quemando,
y tu whisky sudando el cristal;
uno tiene que aceptar qué es lo que te quema la lengua
y paladear el dolor.

El doctor lo ha dicho:
dejar el alcohol.
la carne,
el tabaco y la sal,
adecuarme a los tiempos sanos,
que son contrarios
a los hombres que no decimos la verdad
y escogemos vivir
180 años
trás el humo denso
de una bocanada
de recuerdos;
vagos recuerdos.

Siempre preferiré las enfermeras
a los doctores.
Los doctores son muerte anunciada,
las enfermeras son vida
y la necedad de seguir.

Últimamente
el dolor me ha atacado al corazón,
unos 4 golpes al día,
y apenas tengo 35,
dicen que es por los hábitos,
eso dice el doctor,
pero qué va a saber él
de las veces
que he aventado el músculo
a un campo minado
sin suerte.

El dolor se acerca
por razones ignoradas.

Quizá otros encuentren caminos diferentes
y corren 20 kilómetros por la mañana
y se sientan bien
comiendo lechuga.
Qué clase de hombre es
el que es mujer.

No se pueden abandonar los placeres del infierno,
si el cielo no ofrece algo mejor.

Quizá nos quede un último
otoño,
o 45 más,
pero a la chica rubia,
dormida en mi cama
mientras escribo esto
no le importa,
le importa que hoy esté con ella,
y llegue al final de éste apenas poema,
que es como una invitación
a morir con las equivocaciones
de alguien
que acepta que todo puede terminar
en cualquier momento,
todos los días.

Se encuentra todo

Aquella noche el refrigerador estaba vacío, salvo un jitomate y el pan de caja; metía el pan al refrigerador pues si lo dejaba fuera el calor le hacía moho en un día. No tenía dinero y las voces que hablan por las noches estaban colgadas del árbol en el patio de aquel departamento azul. Había whisky, siempre había whisky.

Yo deseaba estar con una mujer esa noche y mi vecina parecía ser una opción respetable; se llamaba Marcelinda y vivía a media cuadra de mi casa, la veía asomada en su ventana y ella sonreía, pero nunca se dejó por mi, por eso conservé por más tiempo aquella especie de amistad. Ella creía que yo quería escribir sobre ella; eso no era cierto, aunque tiempo después me pareció interesante y la describí como un pequeño huracán buscando la orilla del mar.

En aquella época yo tenía miedo de muchas cosas, pero por alguna razón también tenía más valor, no me importaba dejar de comer por algunos días; en cuanto tenía algo de dinero compraba pasta y la cocinaba y eso era suficiente, también guardaba algo para el alquiler. Escribía mejor por las noches, así que podía caminar por las calles y ver a todas esas mujeres hermosas, de miradas y sonrisas, todas parecían haber ganado el segundo lugar de un concurso de belleza y estaban ahí queriendo demostrar qué tan injusto había sido que les arrebataran el primer sitio; caminaban usando esas pequeñas prendas y el alumbrado de la calle se escurría entre sus piernas, algunas blancas y otras morenas. Ahí estaba Julie, de ojos azules y rostro perfecto, una mujer completamente hermosa. Ella salía con un tipo rubio de los que había de sobra. Julie era la clase de mujer por la que irías a vivir a una granja y por las madrugadas saldrías a recoger la leche, los huevos y remover el heno para las vacas, no importaba, ella era la mujer por la que los hombres estamos aquí. Pensé en invitarla a cenar pero de pronto dejé de verla; hasta ahora recuerdo sus ojos azules.

Aquella noche, pues, estaba solo y sin comida, pero al menos estaba el vaso con whisky, el vaso sudaba y la luna era llena todas las noches. Entonces fui al departamento de arriba y toqué la puerta de la buena de Susi. Susi era una mujer venida de la Patagonia con la más encantadora de las sonrisas, tampoco tenía dinero y, al igual que yo, cocinaba pasta y siempre compartía su comida. Recordé que me había sobrado un poco de dinero en la tarjeta y fui por cervezas que tomamos mientras escuchamos música en su pequeño radio, su casa era acogedora, con cortinas de conchas y algunas pinturas que ella consideraba hermosas. No lo eran.

Susi y yo platicábamos por horas, ella tenía un balcón y, si ponías atención, se llegaba a escuchar el oleaje del mar.

Un día Susi dijo: Casi nunca me pinto las uñas, casi siempre uso perfume, ocupan más espacio mis libros, mis películas, mi música que mi ropa, siempre ando despeinada, pero cuando termina el día me hago un lavado de cabeza y me digo «mañana tienes que ser mejor persona». Yo reía con Susi y ella decía que yo era un intelectual, yo le agradecía su concepto aunque estaba equivocada, yo, como siempre, era un hombre perdido, pero ponía atención a su platica pues era la mujer más valiente que había conocido, a veces, en nuestras platicas, ella lloraba y era hermosa cuando lo hacía, yo le contaba cuando fui a Cuba y lo de la familia Castro; ella recordaba su patria, lejana, y a su padre; hablaba mucho de su padre, aquel había sido un hombre de verdad.

Esa noche Susi comenzó a decir:

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.

Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Ella terminó su Piu Avanti, pienso que era su poesía preferida y claro, se la había enseñado su padre. Yo nunca olvidé aquel pedazo de valor vertido en poesía y nunca olvidaría a Susi.

Así vivimos por mucho tiempo, hasta que nos pidieron desalojar aquellos departamentos para construir oficinas y rentarlas a precios caros, no tuvimos otra opción mas que buscar otro lugar dónde vivir, pero para entonces yo sabía que cuando uno no tiene nada, encuentra todo.

Con whisky y lluvia

A veces recuerdo cuando nos conocimos
en medio de una tremenda lluvia.
Había whisky
y la lluvia parecía no terminar,
y no terminó,
hasta que la oscuridad se apropió de todo poco a poco,
desde la luz del medio día
hasta arrastrar un viento frío;
luego nos hicimos a la tarea de acabar con todo ello:
con la lluvia,
con la noche,
y con el Jack Daniel’s.
Apenas nos conocíamos,
quizá no recordábamos a momentos nuestros nombres,
pero lo hacíamos bien;
lo hicimos bien,
como para no olvidarnos.

Ella sabía a París a las 3 de la mañana,
y sabía a sonrisas
y manos mojadas.
A mi me parecía tremendamente hermosa,
blanca y tranquila,
aunque era como un pequeño torbellino,
con una falda que se pegaba a sus piernas,
y su voz andaba por ahí,
entre los músicos que no tenían otra cosa que hacer
mas que beber.
Uno se la pasaba bien con ella.

Luego nos largamos de ese lugar,
nos adoptamos esa noche;
así que ella me cuidó
y yo la hacía reír,
hasta que terminamos besándonos,
con sus labios de Montparnasse
y mis manos pequeñas
replegadas en su cintura.

Nos besamos
y caían gotas en nuestra cara,
escapadas de las ramas;
y el árbol sobre nosotros
se mantuvo quieto
mientras me encantaba con su rostro.

Aridiohead

Cada que escucho a Radiohead recuerdo a Ariadna.

Aquel viaje de relación tuvo un sin fin de rumbos y tomamos todas las direcciones que pudimos, incluso algunas ciegas y otras por amor, unas más por necios y disfrutar serlo.

Ella era una mujer que sabía perderse, por eso la amaba y por eso la veía a la distancia y me aferraba a su sombra, que era profunda y negra como sus ojos; por eso la sembré con el mismo amor con el que la tendré siempre.

Nunca veré a alguien más llorar como lo hacía ella, pues ella lloraba como si el destino se hiciera añicos y nadie lo supiera; quizá era cierto, quizá no lo vi; aquella eternidad de lagrimas me hizo pensar que algunas personas sienten el abismo sin poder hablar mas que con desesperación. Ella hablaba por el mundo.

También era alegría, Ariadna daba al mundo una razón de ser, porque sabía perderse y sabía encontrarse; sabía cuestionarse, que es la forma más sincera de amarse como persona.

Me gustaba perderme en su forma de ser; sólo que una vez que me perdí ya no pude salir de ella; dejé una parte de mi en sus entrañas, en su intento, en su piel y su esperanza, y ahí se quedará, después, claro, huí.

Ahora lo veo y me doy cuenta que su laberinto era hermoso, que se ha perdido en sí misma, pues ella es el camino en el que puedes andar hasta el amanecer.

Ariadna tenía una bella sonrisa,
Ariadna se atrevía,
Ariadna ha andado más lejos que todos,
Ariadna logró llegar,
Ariadna se desesperaba y no había velocidad suficiente para sus preguntas.

Ella nunca creyó en mi, por eso todo terminó a las 2 de la mañana y me adentré en una oscuridad que no era la suya y comencé a nadar en lo profundo, lejos de la montaña. Sin embargo recuerdo todo como si su sonrisa hubiera sido una extensión de mi, sus lágrimas y sus sueños; como si cada logro hubiera sido una hoja bien escrita y bien colocada, como si cada beso hubiera sido necesario; quizá así fue, quizá incluso el final fue hermoso.

Cada que escucho a Radiohead recuerdo a Ariadna, porque era así, perfecta en su complicación, y nadie podrá ser como ella: Única.

A ella la veré de una forma distinta cuando la lluvia llegue, cuando las lagrimas rueden, cuando cierre los ojos y no pueda creer. Cuando todo eso pase recordaré a Ariadna, tan ella, que el miedo se acerque.

Ella bebió conmigo bastante whisky,
y cerveza,
y fumábamos y nos íbamos al sótano a escuchar vinilos,
nos perdíamos, pero juntos;
esa era la diferencia.

Ella tenía valor,
ella se enfrentó al mundo,
y un día no pude más,
tuve que dejarla porque la amaba,
y porque nadie
escuchaba a Radiohead como ella.

López

Sicilia estaba en la cama, sus grandes pechos eran tapados con una almohada que decía: «Soy el amor de tus siete vidas». Era una amante de los gatos.

López estaba del otro lado de la recamara, viendo la espalda de Sicilia y las sábanas blancas. Le preguntó cuándo había sido la última vez que había hecho el amor, después de pensarlo un poco Sicilia dijo: 19 semanas, luego se quedó callada, recorriendo las mismas semanas a la inversa, vistiéndose y desvistiéndose 19 veces; fue entonces 19 veces mujer y López la vio ahí, recostada entre su pensamiento y los gatos, López con un whisky en la mano y un tabaco en la otra. Ella miraba hacia una esquina, él se mantuvo sin decir nada… qué podía decir en esos momentos, si apenas un mes antes había llegado del campo y ahora estaba allí, con Sicilia, que eran 19 mujeres en una.

López le pidió que le mostrara la espalda con la cascada de piel escurrida hasta las nalgas. Ella era una palabra bonita y López no sabía hablar cosas bellas, no entendía, pero estaba ahí, con aquella hembra que venía del lugar donde el calor no deja de caer.

Le mendigó a Sicilia que se quitara la ropa interior, él no tenía fuerza para hacerlo, no sabía cómo hacerlo y no tenía palabras, no las sabía… pero ahí estába, al fin y al cabo con poca distancia de por medio.

Ella era una casa lejana, grande, la orilla de su sonrisa le convidaba a pasar, pero prefirió mantenerse en el porche, antes de que los huesos se helaran en su interior. -Mejor que me llegue la madrugada en las afueras de sus nalgas y no perdido en ella; pensó.

Poco después le pidió que le mostrara los libros que tenía en casa, ella lo hizo desnuda… de qué otra manera se pueden mostrar los libros si no es desnuda. Sicilia se estiró como una iguana buscando el sol, alcanzó algunas ediciones de Cortazar y Vargas Llosa; Vargas Llosa estaba desnudo, que así es como se escribe; de Cortazar ni preguntó.

Sicilia tenía unos complicados senos, grandes como un diccionario, López era muy pequeño y callado, como cualquiera al que el mundo se le viene encima y no sabe qué hacer al llegar la desdichada adolescencia. Ella era el mundo, él no era nada, la aureola de Sicilia le daba sombra; entonces empezó a refrescar en esa tierra de calor.

Bajo los pechos de Sicilia estaba la muerte, oculta, y comenzó a refrescar.

A la mierda todo

– Un whisky con mineral, por favor.

Alonso estaba en un bar, había poca gente, el mesero podía atender bien a todos y en la barra el movimiento era más bien holgado. El cantinero tomó el vaso en fila, era un vaso chato, grueso, un vaso pensado para el whisky, luego agarró la botella de Johnny Walker rojo y sirvió el tanto, lo acompañó con hielos, después sirvió el agua mineral. Lo puso frente a Alonso.

– Otro whisky, por favor -le dijo al mesero al terminar la primer bebida.

– ¿Otro igual? -preguntó el mesero cuando terminó el segundo vaso. Así le sirvió dos más. En el fondo, empotrado en la pared, había un televisor viejo en el que transmitían un partido de béisbol, la luz del lugar era escasa, la barra era de madera con una linea dorada abrazando su circunferencia.

– A la mierda todo, -dijo Alonso -a la mierda.

El cantinero se acercó, sirvió otro whisky y preguntó: -¿A la mierda todo?

– Sí, a la mierda, a la mierda con lo que pasa, con lo que me rodea, todo merece irse a la mierda.

– Bueno, hay veces que algunas cosas merecen irse a la mierda -dijo el mesero, -no creo que todo merezca eso, vaya, la mierda no es un lugar para todos, es casi para todos, pero algunas cosas no entran ahí.

– En mi caso sí, en mi caso todo se va a la mierda, que se vaya, todo lo que me pasa se va a la mierda, ya dije.

– Bueno, supongo que hay casos, como el suyo, en que todo tiene que irse a la mierda.

– Claro, -tomó el último sorbo y le indicó al mesero alzando el vaso que quería un trago más. -En mi caso nada vale, por eso vengo aquí; vengo, confieso, lo decido y cuando salga todo se va a la mierda.

– Bien, -dijo el mesero agregando la mineral al whisky. Dejó el vaso y sirvió otras bebidas que habían pedido en la mesa del fondo, donde estaba una mujer con un tipo que vestía un traje viejo, el hombre era gordo, un poco calvo. La pareja estaba platicando. Él se acercaba cada vez más a ella, ella reía y se alejaba o acercaba, según fuera el momento, no pareció molestarse cuando el sujeto puso la mano en su rodilla. En el televisor sonó el golpe de la pelota con el bate, era un home run.

Después de un rato el mesero acercó un plato con cacahuates a Alonso, Alonso tomó dos de ellos y los llevó a su boca, después, hablando casi al interior del vaso repitió: -A la mierda todo, todo.

El lugar estaba tranquilo, el cantinero se sirvió un trago y preguntó: -¿Qué se va a la mierda?

– Todo, respondió Alonso.

– ¿Cómo qué?

– Bueno, por ejemplo el trabajo, lo mando a la mierda y listo, se acabaron las responsabilidades y se acabó el pendejo de mi jefe, ya no lo tendría que aguantar. Alguien tomará mi lugar, no tardarán mucho en encontrarlo, entonces esa persona tomaría mi puesto. No es un trabajo difícil, hay que darle seguimiento a algunos envíos, a veces hacer unas llamadas, la paga no es mala y da tiempo suficiente para ir al cine o venir a la cantina, las vacaciones pagadas y está lo del seguro. Supón que el trabajo no es malo, supón que no vale la pena mandarlo a la mierda, pero lo demás sí.

El mesero estaba frente a él, dio otro trago a su bebida, la de Alonso estaba a la mitad.

– Y está la hipoteca, esa estúpida hipoteca, casi vivo para pagarla, se traga todo mi dinero, casi no se puede ahorrar y si hay algún atraso vienen los intereses, aún no llegan esas molestas llamadas que hacen cuando te atrasas demasiado, pero me han dicho que son lo peor, que hablan a cualquier hora, no quiero ni pensar en eso, a la mierda la hipoteca, no voy a dejar que me despierten a las 6 de la mañana, no señor, a la mierda, antes de que intenten localizarme ya estaré fuera del país, me largo a Honduras, dicen que las rentas son más baratas allá y la comida es buena, mejor que la de aquí. Claro, la casa no es fea, tampoco es pequeña, mejor que un departamento, y es nuestra, pero a la mierda, llevamos pagada poco más de la mitad de la maldita hipoteca, se ha trabajado mucho para tenerla, es un buen lugar, la zona no es mala, caben dos autos en el garaje y tiene un cuarto en el patio trasero en el que se puede acomodar herramienta y la aspiradora… no lo merecen, esos imbéciles que hacen las llamadas, a ellos me refiero, no lo valen, no les voy a dar el gusto de que me llamen y se burlen de mi, la hipoteca es una mierda, claro, se puede seguir pagando, da igual si no mando a la mierda la casa, pocas cosas valen la pena quedárselas, como la casa, todo lo demás, escúchame bien, a la mierda.

– Es cierto, -dijo el mesero, -la verdad es como oro liquido, todo mundo lo reconoce.

– ¿Sabes quién se va a la mierda también? Mi mujer, a la mierda, ya no la soporto, siempre los mismos reproches, siempre los mismos gastos, a la mierda ella y todos sus reproches ¿ya lo dije? bien, a la mierda, no la aguanto, tantos años de casado para que me tenga de su idiota, trabajando para sus caprichos, y verla todos los días, ¡carajo! la mujer no es fea, es guapa, la veo y es guapa, pero a la mierda, no voy a soportar sus reproches, no son tantos, pero cuando reprocha lo hace como si fuera el peor hombre del mundo, y no lo soy -volvió a alzar el vaso, el mesero comenzó a servirle un trago más. -Creía que me tenía amarrado, pero le voy a demostrar que no, que ella es la primera en irse a la mierda, junto con su familia, todo el paquete enviado a la república soberana de la mierda, boletos para todos, yo los pago, ¡horda de burros! El hermano es simpático, buen tipo, podría hablarle y vendría, ya verás, es un buen tipo, quizá a él no lo envíe a la mierda, ni a las hermanas, buenas personas las gordas esas, una buena familia, merecen el perdón, no hay por qué enviarlos a la mierda, pero si lo merecieran, te juro que no dudaría, no soy de los que dudan, los mandaría directamente a la mierda, ¿me escuchas? a la mierda; yo mando a la mierda a todo el que se lo haya ganado, aunque mi mujer me pida de rodillas que no los envíe a la mierda, no señor, no soy el rey de los caprichos, yo no consiento antojos, ella es buena, pero no es suficiente, buena mujer, sí, pero no cedería, es cierto que desde hace muchos años estamos juntos, buena mujer, ya no hay como ella, estoy consciente de eso, ahora todas andan bajándose los calzones por unas cervezas tibias, no todas, mi mujer no es de esas, ella sabe cómo apoyar, cuando me quedé sin trabajo y me ayudó, buena mujer, guapa ¿sabes? siempre conmigo, así es ella, una entre mil, fina la hembra, sabe llevar la casa, si señor, sabe cómo hacerlo, no hay reproche que no valga todo lo que hemos hecho juntos, ni a ella ni a su familia hay que mandarlos a la mierda, pocas personas como ellos… mi mujer, podría hablarle y vendría, sabe cómo hacer las cosas, por eso no la mando a la mierda, pero todo lo demás sí, a la mierda todo.

– Claro, -dijo el mesero -a la mierda todo.

-¿Sabes qué no se va a la mierda?

– ¿Qué?

– El gato, ese no se va a la mierda, todo lo demás, a la mierda, escúchame bien, a la mierda.

– ¿Como todo?

– Exacto, como todo.

De pronto un cliente se levantó emocionado de la silla, en la televisión habían conectado otro home run.

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