Carta
por fernandobenavides
Henos aquí, separados, tan juntos, desamparados, protegiéndonos con el recuerdo pero, podemos estar juntos de nuevo ¿cierto? podemos dejar de lado la distancia que ahora nos separa y me hace escribirte como si fueras la última persona del mundo, y éstas, las letras terminales de todo lo que el hombre pueda decir.
Si me preguntas dónde estoy te respondo, sin duda, que perdido. Ahora mismo me encuentro en el sexto piso que ofrece un ventanal en donde la noche parece, incluso, más brillante. ¿Sabes? no es una mala vista, aquí no alcanzan a llegar ni el temor ni el vértigo, es una tristeza, claro, que tampoco nos hayan alcanzado las ganas, ni las intenciones para ver desde aquí la ciudad y todo lo que en ella hicimos.
Ahora nos toca estar separados, como dos estaciones del año, que sólo se tocan los dedos, pero se les niega estar juntas, por aquello de que el frío y el calor pocas veces pueden convivir al mismo despertar; pero a mi me parece que hay que desafiar al destino y a los poetas; que tal como dijimos la última vez, podemos regresar para no separarnos, hacer más que sólo tocar las yemas y los dedos acariciar.
Fue una mentira, lo sabemos, aquello de separarnos definitivamente, porque en cada día, en cada noche, en cada caricia guardada, está la imagen clara de nosotros, juntos, cuando termine el invierno.
Te escribo porque para mis letras tienes los ojos abiertos, y tus labios se mueven musitando las frases, recordando el timbre de mi voz, o la inflexión cadenciosa que inventé para tus oídos, ese vaivén que entiendes tan bien.
Mira, yo me hago de letras, todas las que puedo, todas las que alcanzo a juntar, para luego colocarlas como sopa o como pinchos y formar palabras descorazonadas o hermosas que llamen tu atención, que te hagan pensar en mi como yo pienso en ti, constantemente.
Ahora estamos separados, tú te encuentras en las montañas y yo en las calles de la ciudad, esperando a que llueva y aparezcas con aquel rompevientos largo que tan bien te va, que el tiempo pase pronto sin pedir permiso, que nos tomemos del brazo y crucemos las avenidas a paso veloz, o nos detengamos a ver carteles de películas, pensando constantemente en París. Yo he perfeccionado mi melancolía, también sé hacer mejor espagueti y quizá tenga un buen souffle, he roto mis pantalones pero no importa, porque al momento que el tiempo de espera termine usaré un nuevo pantalón, una camisa planchada y los zapatos que guardo para ti.
Me parece que estás bien, que este tiempo te ha servido, como a mi me ha hecho extrañarte hasta las entrañas sin dejarme dormir, me parece que todo ha sido bueno, aunque la vida me vaya en el intento, aunque deje de pensar en los demás para esperanzarme en el mes de abril, en la noche en que vengamos aquí, a este sexto piso, y juntos volvamos a planear nuestra visita a París.