Derrotarse
por fernandobenavides
Esa noche no había estrellas
ni aire
todo era una cerveza derramada sobre el cielo,
sobre los edificios;
era eso
sólo eso
y eso hacía que nada se viera bien,
más que sus ojos tristes.
Calmada,
desinteresada por mi,
alejada.
Todo el tiempo me preguntaba qué hacía ella allí,
y cómo es que se movería a mi lado,
cómo se quitaría la ropa,
cómo la aventaría al suelo,
sin nada que hacer,
con un camino muy triste recorrido por los dos;
ella bostezaba, pero no importaba, porque yo no estaba ahí para ella, sino por ella.
Alguno de los dos habría de derrotarse, y ella estaba agonizando, siendo nada y siendo todo.
Teníamos una canción de los Stones, que era lo único que la mantenía conmigo y nada más,
entonces me preguntaba si acaso –en una vida digna– se necesitaba algo más que una canción absoluta para estar acompañado.
Estaba su espalda,
tan pequeña
tan grande
tan de los dos,
pero más mía que de ella;
ella conservó los ojos tristes,
fue lo único que le dejé conservar,
lo demás fue mío;
pero no la toqué,
ni la recorrí,
ni suspiré en su vientre.
Ella se asustó y se fue,
se levantó rápido
y rápido desapareció,
yo me quedé con el tabaco,
los laberintos,
la marea,
el sol de su piel.
En la noche no hay quien soporte mi desnudez,
ni aventure historias juntos;
no hay nadie que quiera hacer algo
que dure hasta la mañana,
temprano,
cuando todo cuente de nuevo.
Entonces,
recordé su sonrisa
y como desde hace 20 años,
me quedé solo,
y me puse a escribir.